Gëzim Hajdari (Lushnjë, Albania. 25 de Febrero de 1957) es un poeta y traductor albanés exiliado en Italia desde el año 1992 debido a su compromiso político, primero contra el régimen comunista y, posteriormente, contra la corrupción y convivencia entre mafia y estado que sucedió a la dictadura de Enver Hoxha. En sus propias palabras, los poetas en los tiempos del comunismo eran incómodos, en los otros inservibles, inútiles. Licenciado en Filología Albanesa y en Filología Moderna, es autor tanto de una vasta y reconocida obra propia como de un ingente trabajo de traducción y difusión de la literatura de su país a la lengua italiana, que adoptó como idioma de expresión paralela al albanés, su lengua natal.
Para adentrarnos en la obra de este “poeta del exilio”, como él mismo y la crítica lo caracterizan, tiraremos de un hilo que él mismo nos propone en el texto con el que presenta su antología Poesie Scelte, 1990-2015, Controluce, Nardo (LE), libro que hemos seguido para nuestra selección de poemas, donde escribe: “Mi estirpe proviene de los Alpes del Norte, lugar místico donde se encuentran las Bjeshkët y Nëmuna (Las Montañas Malditas) y donde han reinado durante quinientos años el Kanùn ( el Códice jurídico oral albanés) y la besa (la palabra dada, la promesa). Todo sucedía a través de la palabra.” Mas adelante, en la presentación de su obra de teatro, Nur, herejía y besa, que aparece en la propia antología, ampliará el significado y las implicaciones de ambos términos, Kanún y besa. Así la besa, la palabra dada, la promesa es un pacto casi sagrado que, por ejemplo, obliga jurídicamente en el marco del Kanún, a establecer el respeto por el enemigo muerto a quien se le debe dar sepultura con el rostro hacia el cielo estableciendo una tregua para él su familia en las represalias del crimen durante treinta días, al igual que, en una ocasión, el caudillo de este pueblo ante el tratado que debía firmar con el sultán turco, refuta estampar su rúbrica, pues da su besa, su palabra de honor, que tiene más valor que su palabra escrita sobre un “papel muerto”. “ La besa supera la esfera el hombre individual y se transforma en norma colectiva y por tanto virtud social. Es considerada un acto de caballerosidad y un deber”. Nosotros creemos que Hajdari da su besa a su propia vida con su compromiso político, que no es sino un compromiso ético, y que ésta, a su vez, es ofrecida a su obra, a sus versos, a sus palabras, recorriéndola y articulándola. Una obra, pues, inserta en la propia tradición de la palabra oral, viva, una palabra de promesa, de pacto con uno mismo y su conciencia siendo su poesía el testimonio de tal compromiso y pacto llevado hasta sus últimas consecuencias. Vida y obra en Hajdari, indisociables, se unen en este juramento, en este pacto declarado con su propia lucidez, y por tanto con los otros y su pueblo, cuya tradición impregna cada verso del poeta. Y su exilio es consecuencia de esa besa, su implicación directa, si no es, directamente, la besa misma, su propia obra. Así leemos, en su libro Espinas Negras, el siguiente poema:
Tú, palabra, me has embrujado la lengua y el cerebro,
para que te persiga,
he dicho adiós a la patria, a los amores.
Qué no he sacrificado por ti:
te he dado mi ceguera, mi soledad,
este cuerpo que vacila en el viento
y mi locura.
Te he dado todo lo que he podido,
Las piedras que me cayeron encima y me asesinaron,
mis estigmas,
hasta que un día me quedé sin nada;
desconozco qué puedo darte más.
Las múltiples acepciones de “palabra” amplifican y mezclan sus armónicos como en una caja de resonancia en la vida que hay tejida entre las líneas de estos versos. Para quien recorra la obra de Hajdari no será difícil rastrear la pista de una oralidad cristalizada en el papel, la prolongación de unas raíces, orales, comunes a toda poesía, pero en su caso aún más pronunciadas y evidentes, dadas las peculiaridades de su tradición, aislada no sólo geográficamente sino, sobre todo, temporalmente de la “tradición occidental” de los últimos siglos, la cual, si ha vuelto sus ojos al “folklore” lo ha hecho siempre desde fuera del mismo, buscando o haciendo gala de unas raíces de las que ya estaba desvinculada.
La mitología, la idiosincrasia del pueblo de Hajdari estructura, en la distancia del exilio, la relación del poeta con su vida y, desde ahí, con su obra. No es un exilio circunstancial sino originario, consecuencia de su palabra, de su besa y constituyente de su propia poética que no es sino la descripción de esa distancia entre el deber y el ser, que lleva al hombre a comprometerse con su conciencia y no aceptar la injusticia, ni en lo social, ni como coartada explicativa para su propia conciencia. El caso de Hajdari no es un contrafacta de la lírica popular colándose en la lírica culta sino más bien, el ejemplo vivo de que la poesía es la expresión cruda y sin mediar del hecho, terrible y, por tanto, maravilloso, de la existencia, ya sea cantado desde la tradición más culta ya sea como prolongación de la identidad comunitaria de un pueblo, el de Hajdari, regido por la palabra (dada). Hajdari unifica ambas opciones, y lee también espléndidamente, no sólo su propia tradición sino aquellas que se enlazan con ella, como la rusa y la oriental.
El exilio en Hajdari es constitutivo, no sólo político. Ante la imposibilidad de habitar la vida desde la inmediatez de su propia cultura hace que su misma cultura le habite y nos habite a través de su éxodo, el cual no busca otra tierra prometida que su vagar, que su propio camino. Los símbolos que utilizará, la arena, la ceniza, el viento, la noche…. beben y no beben de la tradición conceptual europea si bien en el lector establecen con ésta raigambres comunes, haciendo de su experiencia de vida el propio recorrido de cualquier conciencia a través de su biografía, convirtiendo a aquella vivencia individual en vivencia compartida con el lector, el cual, puede encontrar en el universo espiritual del autor su propio rostro detrás de la no máscara con la que éste se afronta a si mismo.
Hajdari no admite ningún chantaje, ninguna coartada explicativa, no acepta ni el orden político ni el religioso, y como un “monje errante” (tan caro a la tradición rusa y japonesa) pasea su blasfemia por el mundo, la blasfemia de una palabra que se cumple contra todo pronóstico celebrando el hecho mismo de la sombra, y no el de la luz que la proyecta. Una palabra dada, ofrecida como juramento al mundo y que se mantiene, aunque el mundo mismo la traicione pero que, a la vez, encuentra en este el destello, el resplandor de lo inmenso, mezclado en el polvo y la ceniza, si Elliot dirá en La tierra baldía: te mostraré el miedo en un puñado de polvo, Hajdari podría responder te mostraré el polvo, la ceniza en un puñado de mundo, pues la experiencia de la ceniza siempre es la de la consumación de algo, y la poesía de Hajdari no es sino la consumación de una palabra ofrecida, plenamente consciente de sus implicaciones, al propio abismo que la constituye.
Poemas
De Hierba amarga
No me interesa
cual será mi destino,
si se esconde algo alrededor
no, no quiero saberlo.
He vivido tanto
dentro de mi miedo.
He vagado por las calles de Hajdaraj
como si fueran mi tumba.
Sé lo que me espera
detrás de los crepúsculos.
En un mundo de cuchillos
No pido salvarme.
De Antología de la lluvia
No sé si vale la pena vivir,
el aire esta enfermo de agua pesada,
no hay ningún dios que me salve.
Y tras estas conchas donde he perdido el tiempo
y sobre las algas temblorosas flota un cielo
partido en dos.
Los días han caído en el fango canoso,
la noche sobre los huesos de los muertos.
¡Ya no creo en nada!
¿Me escuchas, oh tú, mi tierra curva?
Tengo miedo de mi sombra
y de tu mundo vacío.
Yo me dirijo a ti,
sombra de mi sombra
y te llamo
como juez del mañana.
A menudo pienso cosas lúgubres
sobre aquellos que están muertos
y sobre aquellos que están vivos
y que todavía (como la hierba amarga) conservan
el equilibrio.
Me digo a mi mismo: quién sabe
¡Cuál será el destino
(en un tiempo carente de destino)
de estas cosas visibles!
Quizás en las colinas tristes de Darsìa
se marchitarán mi frágiles versos
bajo las espinas secas de la granada
golpeados por los vientos helados de Oriente.
Lejanos de los amores de las jóvenes
que nunca sabrán nada de su angustia,
solitarios bajo el cielo negro
como el petirrojo en la oscuridad del invierno.
El roce de la hierba, el canto del mirlo
harán compañía a su lamento.
mientras las breves noches de otoño
los cubrirán con la pálida luna.
De Sombra de Perro
Fuera de la ventana
la lluvia, como un cristal opaco
corta los días de mi vida,
me limpia la razón.
Mi cuerpo es
un verso ciego
sin memoria,
nacido en un país pobre.
Madre,
He perdido las metáforas.
Llueve siempre
En este
País
Quizás porque soy extranjero.
De Guijarros contra el viento
Nada queda de aquellos sueños,
las casas fueron cerradas para siempre.
Bajo las piedras
no encontrareis ni siquiera las llaves,
se las llevaron consigo los muertos.
Partamos de noche,
olvidando que estamos ciegos,
para alcanzar el lugar desnudo
que necesita nuestra voz.
Vayamos al mar para hablar
y lanzar guijarros contra el viento.
De Cuerpo presente
Asimos nuestros nombres
cortados como la hierba
y no sabemos de donde nos viene
esta soledad.
Quizás debiéramos encontrarnos
más cerca de la memoria de los árboles
o de las canicas esparcidas.
Desde hace años caminamos
Por los campos desolados
De la infancia.
Cae una nieve lenta
sobre nuestros cuerpos.
Partes para un país
que no reclama tu nombre
sino únicamente tu cuerpo.
Aquello que quedará
detrás de este rostro cotidiano
será un recuerdo de piedra,
un sueño de sombra o la nada
recubierta de espejos y abismos.
Intercambiemos tu sombra
por la mía
que siente frío
dentro de su nombre.
Enséñame tu silencio,
mi locura lo necesita
para inventar un dios.
Hazme conocer la nieve.
Quiero esconder,
bajo su piel,
Las palabras nunca dichas.
Donde quiera que vaya en Occidente
llevaré conmigo mi rostro excavado.
En mis ojos tristes,
(como en una prisión),
mi Albania, voces perdidas
y tú bañada por otras lluvias.
Quizás en un día de lluvia
moriré yo también,
por la calle,
asesinado por los guijarros
que lancé contra el viento.
Quizás haya un día,
que sin mi en lo inmenso,
enloquecerán
también mi soledad,
mi sombra
y mis fragmentos.
Caerán en el vacío anunciado
reunidos uno detrás del otro
cargados de tiempo y de delirio.
Nada quedará de nuestro exilio
errante e indefenso bajo la lluvia,
llevado hasta los límites del abismo y el olvido.
De Estigmas
Mi cuerpo tiembla,
mi sangre danza,
mis venas cantan,
ya no soy más yo.
Me quemo lentamente
como la vela de un templo abandonado deprisa,
me pierdo poco a poco
en el abismo del tiempo.
Tengo en las manos nidos de peligro,
tengo en los ojos tus nieves.
si ves desiertos, crecen sobre mi piel,
si ves lámparas, entran en mi carne,
si ves asesinos, viven alrededor de mi corazón.
Nunca me he maravillado así de mi mismo,
camino por la mitad de los viandantes y grito:
“Gente acepto la condena
y no quiero salir de mi fango.”
Soy un hombre de fronteras
herido en la herida,
enamorado de la Nada
y del origen del frío.
Soy un hombre que vive con pocas cosas
condenado a las fronteras
de las fronteras.
Mis ojos, miradas cruzadas
entre aquellos que vienen
y los otros que parten.
Dentro de mí soy, en cierto sentido, nadie
Y, en cierto sentido, todos,
Borracho de mundo.
De Espinas negras
No debemos entristecernos por lo que se ha ido
(lo hermoso de la vida no es vivirla sino atravesarla).
Las raíces del espino,
con las cuales hemos comprado pan y libros para estudiar
han cubierto los barrancos de Màndra.
Sobre las espaldas del tiempo han caído nuestras palabras,
pesadamente.
Este verde es tu boca,
las ramas que brotan, tu pasión.
Fuera, el mundo es lo mismo,
iguales las golondrinas,
las cenizas de la noche.
Me pregunto:
¿qué nos falta?
Han cambiado los cielos,
se vive de viejos amores.
En la cima de las montañas
Resiste algún manto de nieve,
Como el dios de la Biblia.
Dibujante de viñetas, pintor y poeta.