En Tiempos de Aletheia

¿Podemos cultivar un buen carácter?

El término carácter es utilizado, habitualmente en el lenguaje coloquial con una connotación negativa, cuando se dice de alguien que tiene mucho carácter. No hay más que recordar qué es lo que se quiere expresar cuando se exclama: “Vaya carácter que tiene”. Se suele relacionar con un temperamento brusco, más o menos agresivo e impaciente. En ocasiones se utiliza como una acepción positiva cuando se describe a una persona fácil de tratar como alguien que tiene buen carácter.

Pero lo cierto es que el carácter está formado por un conjunto variado de rasgos como son: la confianza, la moderación, la responsabilidad, el sentido del humor, la honestidad, la integridad, la perseverancia y el respeto. Realmente es la combinación entre nuestras virtudes y nuestros defectos lo que conforma nuestro carácter.

El conseguir el carácter que consideramos que es coherente con lo que somos y con nuestros valores es cuestión de cultivar las virtudes que tal vez no tengamos tan desarrolladas como quisiéramos.

En potencia todos poseemos todas las virtudes humanas que se pueden describir. Algunas las mostramos de forma espontánea, como si las hubiésemos adquirido genéticamente y otras se deben buscar y cuidar. Las primeras son las cuatro o cinco virtudes que más nos describen y que tenemos más trabajadas. Son nuestras fortalezas.

Todas las personas tenemos algunos rasgos que necesitamos trabajar, que nos suponen una debilidad y que llamamos defectos de carácter. Son nuestras debilidades. El cultivarlas vendrá condicionado por nuestra educación, por nuestra trayectoria personal y por la conciencia que tengamos de esos defectos.

Cuantas más y mejor cultivadas tengamos nuestras virtudes, podremos considerar que tenemos un mejor carácter y así nos lo reconocerán los demás. ¿De dónde partiremos para tener un buen carácter?: del Autoconocimiento.

Ya Aristóteles, considerado como el padre de la ética del carácter, destacaba la necesidad de conocerse a sí mismo, ya que de lo contrario estaríamos viviendo toda la vida con un desconocido en nuestro interior.

Si no sabemos quiénes somos, difícilmente podremos profundizar y trabajar cualquier aspecto de nuestro carácter.

Fortalecer el propio carácter afecta a la mejora de la sociedad. Cualquier colectividad está formada por un conjunto de individualidades. Esa es la esencia última de tener un buen carácter. Por eso si cada individuo mejora su propio carácter, tendrá como consecuencia que la sociedad sea el primer ente que saldrá fortalecido.

Ocuparse de cultivar el carácter debe ser un proceso desde la más tierna infancia. Los investigadores en neurociencia han demostrado que la plasticidad cerebral está vigente desde los primeros años de vida hasta nuestro último aliento, y por eso defienden que todos podemos cambiar y mejorar en cualquier época de la vida. La cultura popular ha generalizado que cuando uno llega a la edad adulta, ya es imposible cambiar la forma de ser o de actuar, pero la ciencia nos ha demostrado lo contrario porque gracias a la plasticidad cerebral, se modifican incluso las estructuras cerebrales, sobre todo en el plano de las conexiones neuronales.

Es más fácil detectar cambios significativos si la persona que desea fortalecer sus debilidades, primero identifica una de ellas, de manera concreta y luego se centra en trabajar sólo esa. Por ejemplo, si hablamos de alguien que se reconoce impaciente e impulsivo, y estas características le ha supuesto algún que otro problema en su vida cotidiana, deberá entrenarse en cultivar la paciencia. ¿Cómo lo haría?

  • Entrenarse a mantenerse en silencio y no intervenir en una conversación entre varias personas hasta que todos hayan expuesto sus ideas.
  • Imponerse pautas de no hacer nada por cortos periodos de tiempo (3 minutos por ejemplo). Durante ese corto descanso dejar que la mente fluya, tratar de no quedar enganchado a ningún pensamiento concreto, no estar planificando las acciones posteriores y centrar toda su atención en respirar, o escuchar el agua de una fuente cercana o la brisa del viento rozando las hojas de los árboles.
  • Otro ejercicio que se propone en ese tipo de entrenamiento es el de escribir antes de hablar. Realizar un miniesquema de las ideas que quiero exponer y también escribir las que hemos entendido, de lo que la otra persona nos ha dicho.
  • Imponerse pautas de 4 o 5 segundos antes de responder al otro.
  • Acostumbrarse a hablar con un volumen de voz bajo.

Si nos desplazamos al plano pedagógico, se puede ayudar a los niños a minimizar la fuerza de sus debilidades y reforzar aún más sus fortalezas innatas. Como padres o educadores es importante centrar el foco de atención en sus cualidades y en sus virtudes, ya que a lo largo del día, seguro que han realizado muchas cosas muy bien y resulta mucho más efectivo. Si reconocemos esas buenas acciones en los niños y los jóvenes les resultará más fácil sacar todo lo bueno que hay en ellos. Como adultos debemos reconocer que los adolescentes se encuentran en un proceso de cambio y maduración que aunque sólo sea por la edad, no han tenido tiempo de culminar. Nuestro objetivo es acompañarles en ese tránsito.

En ese acompañamiento, existen formas de actuar que favorecen la motivación necesaria que niños y jóvenes necesitan para evolucionar hacia un carácter más saludable.

  • Poner en valor el esfuerzo realizado y las virtudes que practican, así como el éxito que han obtenido, les supone un estímulo y una motivación para acometer las sucesivas dificultades con las que se irán encontrando a lo largo de su camino. La fórmula más efectiva es nombrar la virtud y la acción, no sólo hacer un elogio sin más. Por ejemplo, en una situación de una tarea escolar que debía presentar y le suponía un esfuerzo, la manera más eficaz de elogiar pasaría por expresarlo más o menos así: “He visto que has terminado tu trabajo de una manera excelente. Te has esforzado y has perseverado y se ve en el resultado que has conseguido.” Se ha especificado la acción y se ha nombrado la virtud que ha utilizado.
  • La forma de reprender o corregir una actitud negativa debe hacerse de manera que no lastime la autoestima del menor, sino que lo empuje hacia la acción correcta. En un ejemplo como el anterior, en que el niño tiene una tarea pendiente se le debería abordar de la siguiente manera: “Te recuerdo que tienes tu tarea por terminar, así que apelo a tu responsabilidad para que te pongas a ello. Si tienes alguna dificultad que no me has dicho, exprésalo y te podré ayudar”. En este ejemplo volvemos a asociar la virtud que debe aplicar a una acción que debe realizar.

De esa manera se trabajan las virtudes de manera concreta, que es la forma que se ajusta a la madurez en el tipo de pensamiento que tiene un niño hasta los 12 o 13 años. Hay que tener en cuenta que si estas cosas no se han tratado en la infancia, podemos encontrarnos con adolescentes que no sepan que se espera de ellos cuando se les pide responsabilidad, por ejemplo. Son conceptos que los adultos, damos por hecho que los comprenden y que tienen interiorizados y no es el caso.

¿Acaso los adultos no necesitamos también elogios y reconocimiento? Pues la verdad es que sí. Se ha comprobado que una de las características que presentan las parejas que permanecen unidas por más tiempo y se definen más felices, se proporcionan elogios entre sí. Por supuesto que no pretendo proporcionar el uso de los halagos sin una base concreta, ya que perderían toda su efectividad e incluso rechazo por parte del que lo recibe, ya que lo viviría como una demostración de hipocresía, pero el reconocimiento es una necesidad que todos tenemos, aunque no lo reclamemos como haría cualquier niño ante un dibujo que nos ofrece y al que no prestamos atención.

Por una sociedad mejor y más amable, propongo que igual que ante el descontento que podamos sentir ante un servicio recibido, pedimos una hoja de reclamación o de queja, nos vayamos acostumbrando a solicitar hojas de felicitación y agradecimiento, cuando ese sea el caso.

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