En Tiempos de Aletheia

Volvamos a España, volvamos a Europa

La supuesta independencia ha resultado, siglos mediante, un negocio redituable y hasta ideológico para una secta, corporación o grupo masónico determinado y específico que, durante un lapso considerable de tiempo, se viene aprovechando, consuetudinaria y hasta perversamente, del significante extenso de “libertad”. De lo contrario, no podrían explicarse los cimentados números de pobreza y marginalidad que se resisten, desde tiempos iniciales de nuestra institucionalidad moderna, independencia o libertad política mediante, en replegarse, dejando al descubierto la cáscara vacía en que, muchas veces, se convierten estructuras tales como las educativas que imponen sistemas, hábitos, como dogmas y manejos, pero que, a merced de esto, ocluyen la posibilidad de crítica, el hábito de la lectura por la lectura misma y la propagación del pensamiento que construya ciudadanos que sean capaces de que seamos libres de nuestras propias limitaciones y no de ficticias fronteras geopolíticas que nunca han sido tales, o que solo lo son en la configuración mental de algunos pocos que obtuvieron poder a costa de amputarse la posibilidad de pensamiento y análisis.

Es decir, no somos pocos los cooptados bajo sucedáneo engaño, al punto que estamos inmersos dentro del categorial geopolítico de “argentinos”, los que pensamos en regresar, desde donde nos han sacado, el señalado grupo de prohombres, luego sindicado como próceres, a los efectos de constituir, un estado-nación donde la desigualdad, la injusticia y el elitismo son los pilares de una sociedad, que nada tiene que ver con los principios arquetípicos con los que se ha bajado de los barcos para el encuentro con el mundo llamado “nuevo”, que tampoco, ni luego, en el sincretismo pregonaba estos principios de los que nos vemos sometidos, presos y sojuzgados.

En un mismo orden de ideas, y para expresarlo en buen romance, sin apuntar a los objetivos o las finalidades que pudieron haber tenido, aquellos hombres que en cabildeos y reuniones varias, preocupados en sus intereses, económicos circunstanciales, definieron, una escisión de la corona de la que éramos parte, tutelando, o asumiendo la representatividad, de hermanos originarios o pobladores autóctonos o conquistados, que luego serían masacrados, nuevamente, en nombre, otra vez de la civilización, bajo la argucias de conquistas desérticas, a los que nunca tuvieron en cuenta, más que para legitimar la representatividad, con la que se paraban ante Europa, y ante la claridad, objetiva y meridiana, de los hechos, que tras siglos de intentos vanos de  poder constituir una organización social, en donde no sean tantos, ni elevados, los porcentajes de seres humanos que tengan que vivir en los márgenes de la indignidad o en la flagelante pobreza y marginalidad para que otros pocos, podamos vivir, relativamente bien, es que consideramos disuelta, esta organización política, frustrante y frustrada y requerimos volver a ser incorporados  a la corona española, en calidad de terrenos de ultramar.

Dicho para lo cual, proponemos en todo y cada uno de los territorios que así lo deseen y compartan una historia similar (la compleja y no por ello inabordable, de los encuentros de mundos), la convocatoria a un plebiscito o consulta popular, vinculante, para que sea el soberano, es decir, la ciudadanía, quien determine por mayoría simple (el 50% más uno de los votos) si es que ambiciona, desea o quiere volver a pertenecer al reino del cual hubieron de ser desarraigados, tutorialmente, en pos de un objetivo o una expectativa que no sólo nunca se cumplió, sino que en modo, contradictorio y perverso, se agudizó en avanzar, en sentido inverso, en todo aquello que semánticamente, se proponía o propuso, en cierto momento.

Es dable destacar que se asume, casi con la obligatoriedad correspondida, que como descendientes de los hijos de España, impulsados por situaciones políticas y económicas, interpelados a hacerse a la vida en otros mundos o continentes, a como dé lugar, y con el resultado puesto, de haber generado u occidentalizado, toda una gran parcela del globo, con integrantes, cultura, historia y religión adentro (sin adentrarnos en todo lo que implicó esto mismo), es que lo mínimo que se nos debe, ni siquiera en grado de paga o de gloria honorífica, es que se nos reciba, cuando así lo decidamos, como lo que nunca hemos dejado de ser, súbditos de la corona.

Desde ya que existirán un sinfín de obstáculos para materializar lo aquí enunciado, la importancia del enunciar, ya es toda una conquista en sí misma, bien valga la utilización de la acepción conquista. Verbalizar que existimos quiénes nos sentimos parte de un espacio geopolítico, no por su historia o por sus principios, sino por su obrar y por sus acciones, es lo sustancial en esta declamación que se propone y se solicita que pueda ser divulgada y respetada.  No podemos estar sometidos al símbolo de una bandera, con sus colores y sus blasones, por la simple expectativa aspiracional de que alguna vez seremos, lo que hace 200 años no hemos sido.

Si es que los que nos enseñan como patriotas se han independizado de la corona para logar un lugar más justo y ecuánime, la obviedad en su sentido lato expresa que este cometido no se cumplió ni por asomo.

Debemos, por tanto, volver desde donde nunca nos tuvieron que haber sacado. Sospechando que tal acto de quitarnos de nuestro lugar político de origen, ha sido una maniobra de la baja política para que una elite o clan se beneficie políticamente y, por ende, social y económicamente, de las grandes mayorías, las cuales decían representar o tutelar, haciéndoles creer que, bajo el mando de los señalados, estarían en mejores condiciones de vida cuando a las claras ha ocurrido, en forma continua y sempiterna, lo contrario.

Los pobres siguen siendo tales en mayorías siderales, en nombre de, por ejemplo, una argentinidad, que solo le es útil a la casta que gobierna, por lo cual, podrían ser pobres de una corona europea (que, en verdad, nunca han dejado de serlo) con lo que implicaría el reconocimiento de tal ciudadanía, en tanto todos y cada uno de los antepasados en estas tierras de ultramar han perdido mucho más de lo que han ganado.

La soberanía no tiene que ver con el estado o con una nación en nuestra concepción (proveniente de los postulados de Rousseau), sino con la colectividad o pueblo, y nosotros, es decir, quienes compartimos principios vinculados a los derechos humanos, elementales y fundantes hasta de razones filosóficas, no podemos permitirnos el seguir vinculados a una organización social que nos sacó de nuestro origen prometiéndonos un sitio en donde la pobreza y la desigualdad serían marginales y excepcionales y nunca han dejado de ser lo primordial, lo determinante, lo común y lo corriente.

O volvemos a la Corona de la cual éramos parte, o seremos parias de un mundo, en donde la concepción de la erradicación de la pobreza y la propensión a tener posibilidades semejantes, dejen de ser postulados románticos, de ficción o de vida ultraterrena y se pretendan cumplimentar más temprano que tarde.

Antes que ponerle nombre a las tierras, o a las propias acciones, la mejor definición que nunca nos ha tenido que corresponder es que hemos sido, somos y seremos ciudadanos del mundo que, en este caso, nos agrupa o aglutina, el que nuestros hermanos vivan de forma semejante, sin que implique que algunos tengan que padecer inequidades o indignidades en nombre de ninguna nación, país, religión o principio.

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