En Tiempos de Aletheia

Cuerda, un filósofo a la española

“Lo que escribo suele estar lleno de ocurrencias que pueden parecer disparates, pero que nacen de lo que ocurre; son tan realidad como la realidad misma. La realidad mental es tan real como la física o la comprobable científicamente, solo que con consecuencias distintas.” J. L. Cuerda.

 

A la cuestión de si se ha hecho filosofía en español, la respuesta que se ha de dar es un “sí” rotundo: quizá un poco particular, pero filosofía al fin y al cabo, que no es poco. Al igual que lo sería si nos preguntáramos si el recientemente fallecido Jose Luis Cuerda era un pensador y un sabio, y no un simple director de cine. Sí, lo era, un auténtico filósofo del absurdo. Como Camus, Cioran o, más literariamente, Boris Vían. Solo que su pensamiento está adscrito a una forma diferente de expresión, algo que por lo demás es un clásico sempiterno de la cultura española. Esa cultura que llora estos días la muerte de una de sus luminarias: ¡Ojalá esté “en el cielo como en la tierra”!

Incluso en sus formas más académicas, España y sus países hermanos de lengua han dado a la humanidad formidables pensadores en todas las épocas: Séneca, Isidoro de Sevilla, Pedro Hispano, Averroes, Maimónides, Raimundo Lulio, Francisco Suárez, Luis Vives, Spinoza, Jovellanos, Giner de los Ríos, Santayana, Miguel de Unamuno, Ortega o, actualmente, Margio Bunge, son solo algunos de los filósofos que se podrían citar desde la perspectiva más puramente filosófica. No obstante, hay algo de cierto, y positivo, en aquello que se decía en la Generación del 98, de que en España la filosofía nunca ha sido pura como en otros países. Su forma y encanto no se ha desarrollado de forma sistemática, a través de ensayos y grandes obras de un racionalismo arquitectónico, más bien ha buscado formas de comunicación más acordes a una realidad que se concibe como cambiante, fluida y, en parte, ilógica. Y así, no es de extrañar que tanto en la literatura como en la poesía o el cine, encontremos muchas veces lo más esencial y lo mejor del acervo filosófico hispano: algo claro, desde la Celestina a Rayuela, pasando por el Lazarillo de Tormes, el Quijote, o Cien años de soledad; con escritores como Quevedo, Calderón de la Barca, Gracián o Borges; o pensadores de la imagen como Buñuel, Berlanga o Rafael Azcona.

Quizá por nuestra idiosincrasia patria (nuestro singular enfrentar la vida, nuestro concreto ver el mundo y nuestro cínico sentido del humor), o quizá por nuestra peculiar lengua romance (que tiene sus particularidades, como la diferenciación entre “ser” y “estar”), nosotros nos contamos el mundo de otra manera. Vemos el mundo con características ontológicas distintivas que consecuentemente no cuadran bien con los acostumbrados métodos representacionales lineales y cerrados. Nosotros vemos el mundo más dúctil y maleable, más absurdo e irrisorio, más diverso y plural, y nuestra filosofía, por ende, no ha gustado de ir sola ni de dejar vacías de contenido propio a las otras formas creativas (que, al fin y al cabo, son las que crean y están vivas). Y unas y otras han ido tan de la mano que ciertamente es difícil separarlas. Pues siempre ha habido filosofía en la literatura, en el arte y la gran pantalla.., y, a veces, más y mejor que en hueros tratados metafísicos y escolásticos al uso. Que no es poco…

Desde otros lares será dificil de entender. Y será criticado. Pero, bien mirado, este carácter tan nuestro, no solo no es algo malo, desde una filosofía no dogmática es una buena cualidad que se debería exportar: “hispanicemos Europa” (o el mundo, que diría Unamuno), frente al “hay que europeizar España” (que diría Ortega). Si estableciéramos una línea imaginaria para representar los tipos de lenguaje, donde un extremo es la poesía, con su máxima capacidad de connotación, y el otro los lenguajes formales lógico-matemáticos, de rigurosidad formal, quizá el estilo hecho en la hispanidad sea un término medio más ajustado al devenir real de las cosas, que el de las filosofías sistemáticas hechas en otras partes del globo (por encima de alemanes, griegos o franceses). Lográndose mayor armonía entre formalidad y sentido, y máxima sintonía con una realidad humana que es mudable, creativa y ficcionable; articulada y llena de una magia y un sentido, más como un teatro que como un mundo matemático que difícilmente puede aprehender los métodos de expresión más representacionales. Y es que, siguiendo las palabras de uno de los mayor historiadores de la filosofía del siglo XX, Martin Heidegger, el “Ser” se manifiesta antes en un poema o en la fundación de una ciudad que en un sistema dogmático.

En este sentio, Cuerda fue un consumado filósofo. María Zambrano, quien con su “razón-poética” justificó la necesidad de alcanzar un lenguaje más literario en la expresión filosófica, estaría encantada con la tragicómica narración de la Guerra Civil de La lengua de las mariposas. Dostoievski (“¡Quisiera hablarle yo de Dostoievski!”), el gran psicólogo novelista, habría encontrado un digno competidor en este antropólogo de los pueblos y las democracias de la península profunda. Por no hablar de Nietzsche, el taumaturgo del aforismo y de la lírica ditirámbica, quien habría disfrutado como un niño con la parodia de la escuela en Amanece que no es poco (“¡De ordeeen del señor curaaa, se hace sabeeer que Dios es uno y trinoooo!”). O de Huxley y Orwell, profetas distópicos por excelencia, quienes habrían alucinado y gozado genuinamente con el desternillante futuro propuesto en Tiempo después por este docto albaceteño. Y es que, Jose Luis Cuerda, más que un maestro audivisual, o un genio del celuloide, fue… qué digo fue… ¡es!, y será inmortalmente (“Todos somos contingentes, pero Él ya es necesario”) un “intelectual sin nada que perder”, un sabio, un pensador y un filósofo, un grande que “podría haber sido una leyenda… o una epopeya si nos juntamos varios…” Alguien que, siendo un visionario y un amante de la sabiduría, simplemente buscó un medio más auténtico y personal para trasmitir la realidad y la verdad propia del hombre. O, como dijera sobre él otro cineasta que nos ha narrado la vida de filósofos como Hipatia o Unamuno..:

“Entre las lecciones suyas que conservo hay una principal: “Los directores jóvenes tenéis que aprender antes que nada a ser personas. Él fue siempre fiel a esa voluntad. Supo estar a pie de calle, con una llaneza que era una ética y una estética de sabio en la vida”, Alejandro Amenábar.

 

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