En Tiempos de Aletheia

Cómo ser un buen perdedor

Cualquiera puede ser un ganador, pero casi nadie llega a ser un buen perdedor.

Ser un perdedor tiene sus cosas buenas –tal vez usted lo sea y no se haya dado cuenta aún–. Uno puede ir por la calle sin apenas oír cuchicheos de admiración porque a nadie le importa una persona sin triunfo, nadie metería en su vida a un tipejo con mala reputación.

Un perdedor no le importa a nadie por motivos de ética o inclusive por motivos ornamentales, al contrario de lo que pasa con las personas de éxito, de las que –por envidia– están a merced de miles de críticas envidiosas, pero nunca envidiables.

Los perdedores pueden vivir en una casa semi-vacía, desastrada y sin calefacción. Nadie hablará del hogar de un perdedor porque apenas recibe visitas, y las que recibe, acaso sean las de otros perdedores a los que nada les importa la estética y/o el interiorismo.

Un buen perdedor lee poesía de los siglos XIX y XX, fuma sus cigarros muy pausadamente, hinchiendo los alvéolos pulmonares poco a poco, creando aros idóneos con la fumada, despreocupado por lo que va a conseguir o a dejar de conseguir a lo largo de su vida –una existencia distinguida por todo tipo de dedos índices acusatorios–.

Hay gente que asegura que todos hacemos cosas porque es lo que se espera de nosotros… El perdedor (como buen nihilista que gasta lo justo en aparentar pero que se deja el grueso de su cartera en buenos licores) es consciente de que la existencia es una pausa entre una nada y otra nada, por lo cual, está al corriente de que los méritos suelen ser momentáneos y, la mayor de las veces, estos vienen dados gracias a la simulación y las relaciones con buenos publicistas, y no tanto a causa del arduo empeño que le otorgues a tu labor.

Un perdedor se rasca la entrepierna en público y bosteza si la cosa le aburre o le aflige, come a deshora y se queda viendo teletienda hasta altas horas de la madrugada anhelando el día en el que llegue a tener dinero suficiente para adquirir algún que otro utensilio de carácter innecesario.

El buen perdedor es consciente de que la sociedad no espera nada de él y él tampoco espera nada de nadie, por lo que, dentro de su indolencia social, ha encontrado el tan ansiado equilibrio del que desde hace milenios han hablado los místicos y los gurús.

Él ha sido señalado desde su juventud por los otros, esos que, tal y como aseveró en su día el filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre, son el infierno (y a los demonios nunca está de más dejarlos rugir a solas, mientras son devastados por sus propios fuegos internos).

El buen perdedor es consciente de que todos los tontos mueren, junto con los eruditos y los majaderos. Él sabe que la fama y el dinero no caben en ningún féretro, por lo cual, asume su culpa con resignación meramente existencial, y se sirve otra copa antes de que bajen la verja del pub que frecuenta desde hace más de tres décadas.

Hay perdedores que ya han vencido incluso antes de empezar la partida porque están al tanto de que la Historia ha demostrado que los buenos siempre han acabado ganando, o simplemente consiguiendo que les llamemos buenos.

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