En Tiempos de Aletheia

Ponga un poeta en su vida

Yo le recomiendo que no se lo piense más: ponga un poeta en su vida –a lo loco y sin ataduras–. Cuídele y respétele, ámele e intente comprender todos sus versos, sus sentimientos de suicidio amatorio, sus lágrimas, que en el fondo son los auténticos pilares que sostienen su competitividad interior, su talento.

Ponga en su vida a uno de esos que tienden a la locura, a la oda amada. Disponga como quiera del poeta, hágalo parte de su existencia. Anímele a que comprenda el mundo en el que vive, y luego, entre vasos de vino y amor del bueno, del que no se olvida en cualquier esquina, bésele, idealícele, porque él ya lo ha hecho con usted desde el primer momento.

Cierto es que los poetas no abundan, tal vez porque se tiende cada día más a lo prosaico; pero sé, ya que conozco a más de uno, que existen, que sobreviven a base de espejismos. Vagan por las sendas de la pasión obsesiva, por los mares de la sabiduría común, de la vehemencia que no posee fecha de caducidad, cayendo al vacío cuando dudan, cuando comienzan a creer que el amor solo es una invención de algún dios ácido y desatinado.

Ámele todo el tiempo que pueda, y si llega el desamor (siempre llega), ya él se encargará de que usted sea nombrado en forma de versos por los siglos de los siglos (amén), en reuniones literarias, universidades revenidas o cuartos en penumbra, allí donde un joven solitario le descubre a su amante el valor de lo poético, la intensidad del versificador aquel que estrujó de tal forma su vida que, después de décadas, se nos presenta a las nuevas generaciones con escritos sempiternos.

Era como la carta aquella del Nobel Juan Ramón Jiménez a su devota Georgina Hübner, al final, muchacha inexistente: «¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras/ ¿morena?, ¿casta?, ¿triste? ¡Solo sé que mi pena/ parece una mujer, cual tú, que estás sentada…» En definitiva, ¿qué más da quién sea ella? ¿Acaso entiende el querer de desventajas, de dolencias postizas o de argumentos realistas? No, pues mientras el mundo gira sin descanso ni reparo, el poeta hace pausas de tiempo armonioso, de atracción espiritual y física, incluso logra perfilar lo negro, hasta convertirlo en la blancura que será recordada mediante el embellecimiento de lo que –supuestamente– no debe ser idealizado.

Por tanto, no dude, hágalo. Me lo agradecerá, al menos durante un tiempo. Busque y rebusque a uno de esos que se hacen llamar “poetas”, fascinadores del verso, almas perdidas en cualquier zona sombría de esta ciudad ramplona que no reconoce fácilmente el guiño austero ni la voluntad clemente. Mírele a los ojos de lo que no podemos ver con facilidad y descubrirá un mundo semejante al de los ensueños juveniles; sin duda se revelará ante usted un mundo que no entiende de raciocinios ni de políticas ilógicas ni de corrupciones ni de miedos escandalizados por los demás miedos…

Hablé con él y admírele, anímele a seguir ensalzando amaneceres. Bésele en los ojos, en la frente y en la boca del corazón; reanímele si le nota muerto, y él, a cambio de esto o a cambio de nada, poetizará su nombre más allá de lo usual, de lo establecido por este mundo carente de inspiraciones sinceras.

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