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Editorial: 8 de marzo. La responsabilidad de abrir fronteras

El gran problema y probablemente la gran solución es que tendríamos que dejar de pensar como hasta ahora y comenzar a pensar de otro modo, modificar la perspectiva, dejar a un lado todas las ideas heredadas de generación en generación de manera consciente, pero también de manera inconsciente; y una vez colocadas a un lado del camino, proponer otras. Así, la mujer tendría lo que tanto se le ha negado durante siglos. La diferencia existe en la forma de pensar; no existe otra.

La mujer no necesita ventajas, solo necesita la posibilidad de intentarlo, la posibilidad de ser otro ser humano con las puertas abiertas, social y culturalmente. Únicamente necesita que la despojen de todas las prisiones y todos los barrotes que durante siglos han ido ensamblando a su alrededor, que le quiten las vestiduras que disfrazan sus aptitudes, que limpien la suciedad con la que han manchado sus actos desde el principio de la existencia. Nada más que eso; ni siquiera es necesario borrar el rastro que ha dejado la historia. Eso está ahí, estará siempre.

El problema original nace de lo heredado. Si apartamos esas herencias de cotos, límites y fronteras, el paso libre traerá la verdad: La mujer es tan apta y probable para ejercer cualquier actividad física o mental.

Pero las herencias, como todo lo que se ha cimentado y estructurado durante largas épocas, son difíciles de echar debajo de un día para otro, de modificar fácilmente como si de plastilina se tratara, de colocar otra versión en su lugar que convenza a la primera. Probablemente, solo las nuevas generaciones trazarán y residirán en esa pauta, la nuestra no; y, sin embargo, la importancia de nuestra generación es, sin lugar a dudas, de una relevancia mucho mayor. Nosotros tendremos que abrir el camino, echar abajo las fronteras y mostrar lo ridículo del pensamiento heredado.

 

 

 

 

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