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Artemisia Gentileschi: El Barroco feminista

Artemisia Lomi Gentileschi (Roma, 8 de julio de 1593 – Nápoles, hacia 1654) fue una pintora barroca italiana, representante del caravaggismo. Artemisia  era la hija mayor del pintor Orazio Gentileschi y Prudentia Montone, la cual, a su muerte, en 1605, dejó tres varones y a Artemisia, quien contaba entonces 12 años de edad.

Su formación artística comenzó en el taller de su padre, el pintor toscano Orazio Gentileschi (1563-1639), uno de los grandes exponentes de la escuela romana de Caravaggio (con quien tenía relaciones de familiaridad). Artemisia fue quien de todos los hermanos, junto a los que trabajaba, más talento mostró. De su padre aprendió la técnica del dibujo, cómo empastar los colores y dar brillantez a los cuadros, y el fuerte naturalismo de las obras de Caravaggio, con quien se la ha comparado por su dinamismo y por las escenas violentas que a menudo representan sus pinturas. Según ella misma, se encontró con un ambiente en el que tuvo que resistir la «actitud tradicional y la sumisión psicológica a este lavado de cerebro y los celos de su talento obvio». En sus cuadros desarrolló temas históricos y religiosos. Fueron célebres sus pinturas de personajes femeninos como Lucrecia, Betsabé, Judith o Cleopatra, en los que se han leído rasgos feministas. Dio sus primeros pasos como artista en Roma, y continuó su carrera en distintas ciudades de Italia. Fue la primera mujer en hacerse miembro de la Accademia di Arte del Disegno de Florencia y tuvo una clientela internacional. Trabajó bajo los auspicios de Cosme II de Médici. En 1621 trabajó en Génova, luego se trasladó a Venecia, donde conoció a Anthony Van Dyck y Sofonisba Anguissola; más tarde regresó a Roma, y entre 1626 y 1630 se mudó a Nápoles. En el período napolitano, la artista recibió por primera vez un pedido para la pintura al fresco de la iglesia, en la ciudad de Pozzuoli, cerca de Nápoles. Durante el período 1638-1641, vivió y trabajó en Londres con su padre bajo el patrocinio de Carlos I de Inglaterra. Luego regresó a Nápoles, donde vivió hasta su muerte.

En 1610, con diecisiete años de edad, firmaba su primera obra, (atribuida durante mucho tiempo a su padre): Susana y los viejos. El cuadro muestra cómo Artemisia había asimilado el realismo de Caravaggio sin permanecer indiferente al lenguaje de la escuela de Bolonia, que tuvo a Annibale Carracci entre sus mejores artistas. A diferencia del enfoque de otros autores, la mitológica Susana de Artemisia rehúye, avergonzada, la atención de los viejos. A los diecinueve años, cuando el acceso a la enseñanza de las academias profesionales de Bellas Artes era exclusivamente privilegio masculino, y por tanto a ella le estaba prohibido, su padre le dio un preceptor privado: Agostino Tassi. Con él estaba trabajando en aquel tiempo Orazio, en la decoración de las bóvedas de Casino della Rose dentro del Palacio Pallavicini Rospigliosi en Roma.

En mayo de 1611, cuando Artemisia tenía 18 años, el pintor Agostino Tassi, maestro de Artemisia y amigo de su padre, la violó, un suceso que se considera que tuvo influencia tanto en su vida como en su pintura. Al principio, prometió salvar su reputación casándose con ella, pero más tarde renegó de su promesa, pues ya estaba casado, y Orazio lo denunció en marzo de 1612 ante el Tribunale Criminale del Governatore di Roma. La instrucción, que duró siete meses, permitió descubrir que Tassi había planeado asesinar a su esposa, había cometido incesto con su cuñada y quería y trataba de robar ciertas pinturas de Orazio Gentileschi. Del proceso que siguió se conserva documentación exhaustiva; entre otras cosas, se atestigua cómo Artemisia intentó defenderse del violador, llegando incluso a arrancarle un trozo de carne. Fue sometida a tortura durante el proceso mediante un instrumento que apretaba progresivamente cuerdas en torno a sus dedos para obtener confesión verídica. También tuvo que superar el examen ginecológico que mostraría que había sido desvirgada. Tassi fue condenado a un año de prisión y al exilio de los Estados Pontificios. Un mes después, el 29 de noviembre de 1612 Artemisia se casó, en un matrimonio arreglado por su padre, con un pintor florentino, Pierantonio de Vincenzo Stiattesi (o Pietro Antonio Stiattesi), lo que sirvió para restituirle a Artemisia, violada, engañada y denigrada por Tassi, un estatus de suficiente honorabilidad, aunque, más que a ella, la cuestión puede verse como la honorabilidad del padre que era quien, además, presumía cuidaba de ella con celo, permitiéndola salir solo a pasear al amanecer.

La pintura Giuditta che decapita Oloferne (Judith decapitando a Holofernes) (1612-1613), que se exhibe en la Galleria degli Uffizi de Florencia impresiona por la violencia de la escena que representa, y ha sido interpretada en clave psicológica y psicoanalítica, como un deseo de venganza respecto a la violencia que ella había sufrido. Otra de las pinturas en torno a este tema de esta maestra de la pintura barroca, es el de Judith y su sirvienta, y es en este cuadro en el que queremos centrar nuestra atención para dar a conocer de forma más detallada y explícita el enorme talento de esta gran pintora.

Artemisia consiguió representar esta leyenda (decimos leyenda pues no hay testimonios históricos que aseveren su certeza), la cual era uno de los temas favoritos del Barroco, elevándolo al grado de obra maestra mediante el más brillante uso de la tensión dramática.

Una vela que marca un claro homenaje al maestro del claroscuro, unos materiales de una brillantez representativa dignas del propio Caravaggio. El frío metal del portavelas, la cálida carnalidad de la mano que la tapa parcialmente, dejando a la luz de la evidencia el gesto de Judith con un entrecejo atento, una boca hábilmente sellada en lo que parece un recién adquirido saber de lo que es la tragedia, o quizá todo lo contrario, un claro conocimiento del mismo, mientras en la sombra todavía reluce un brillo diminuto en el ojo, ¿es un guiño al éxito de la hazaña? Tal vez. Lo que a toda luz y sombra desprende es el halo de una fortaleza femenina que se atreve a utilizar las armas típicamente masculinas para defender aquello que considera inviolable. ¿Es este el gesto de victoria que hubiera gustado porder vestir en su lucha contra su propio violador? Nunca lo sabremos, pues pocos testimonios personales nos legó. Lo que sí sabemos es que en la leyenda religiosa, este es el momento previo a la huida después de cometer el asesinato que valdría la victoria a su pueblo frente al invasor, y que este es el gesto que Artemisia eligió para tal momento.

Artemisia, además, no quiso, como era costumbre entre sus coetáneos, que la doncella fuera menos bella y fuerte que Judith, y su única distinción, que será la de clase, se lleva a cabo a través del trazado turbante que porta en la cabeza. Agra, como una igual en la lucha, mancha sus manos con la cabeza degollada a golpe de cimitarra por su señora.

El color sobre el que están posadas la manopla y la vaina del sable del general muerto, es el mismo que el del saco donde se guarda la cabeza: verde, es común a la naturaleza el verde; es común a la naturaleza el antes o después morir.

Una mujer que sale victoriosa, vestida de oro, que agarra con firmeza la espada y se toma el tiempo necesario para sopesar la situación, mientras Agra también mira en la misma dirección, el desencadenante de ese momento de especial atención quizá sea un cambio en el sonido exterior, o la certeza de saber que puede haberse dado el suficiente alboroto como para alertar el tranquilo devenir de la noche. No bajan la alerta, están en guardia, ni tampoco se amedrenta la compostura de ambas, en cuyos gestos pueden leerse valor y determinación. Muy al contrario de lo que sucede en el mismo tema pintado por el maestro Caravaggio, la Judith de Artemisia no es una “cándida al estilo Voltaire”, sino una mujer que sabe lo que hace, actúa con conocimiento y tiene determinación por las causas que la mueven.

Hay quien ve aquí una figura protofeminista en el siglo xvii, una mujer que, habiendo sido vejada y violada, decidió exponer a la mujer como un ser de igual valor y, por tanto, valía que el hombre, dando a través de su arte con la expresión de mujeres hábiles, fuertes, valientes, decididas. En los cuadros de sus contemporáneos que podrían decirse son sus homólogos, la doncella que asiste a Judith es una persona de una edad muy avanzada, como si la sabiduría fuera cosa, en las mujeres, que viene dada por el vagaje de la vista y lo vivido, pero en Artemisia, como bien sabía ella, no hace falta haber visto y vivido mucho tiempo para haber experimentado mucho.

 

Fuentes:

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