En Tiempos de Aletheia

PRIMAVERA EN BUENOS AIRES

La primavera llegó al hemisferio sur, tocó a Buenos Aires con vientos revueltos. En la Avenida 9 de julio ya se vislumbra el violeta y el rosado del Jacarandá y los Palos Borrachos. Debajo de las hojas estamos nosotros. En las veredas, en los cordones, en el asfalto, estamos todos tratando de esquivar la ferocidad de la ciudad que no calla. Primavera en Buenos Aires, vientos de campaña electoral. Cortes de calles, manifestaciones. Caminar estos tiempos no es fácil, todo es un gran río divido en dos corrientes, donde se necesita con urgencia que el agua sea bautizo, no derrumbe.

Buscar un lugar para el silencio, eso fue lo que pensé cuando una revuelta entre manifestantes y la policía no dejaba a mi cuerpo cansado subir al colectivo 17 para volver a casa. Caminé varias cuadras tratando de escapar del humo de las gomas quemadas en medio de la avenida. La fatiga hizo que me detuviera, que calmara el paso. Entré en Havanna a tomar un café. En una servilleta de papel escribí algunas palabras que servirían para algún poema o para nada. Siempre me gusta fechar lo que escribo; 25 de septiembre 2019. En ese momento supe porqué estaba queriendo balbucear alguna palabra, algún verso. Cuarenta y siete años de la muerte de Alejandra Pizarnik.

Buma, Flora, Blímele, Alejandra, Sacha… “Buma” para la familia y amigas del colegio; infancia. “Blímele” para los maestros de la escuela judía, para el pequeño grupo de hijos de inmigrantes en la ciudad de Avellaneda (mi ciudad, mi barrio), donde Alejandra aprendió a leer y escribir en Idish y conocer la historia del pueblo judío. “Flora” para la escuela secundaria. “Alejandra”, nombre que sobre todo utilizó como clave para su destino. “Sasha”…, el más secreto de los nombres. Buma, Blímele, Flora, Alejandra, Sasha: Cinco nombres para un mismo desamparo, cinco nombres para un único destino puntual.

Pizarnik nace el 29 de abril de 1936 en el Hospital Fiorito de la Ciudad de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Hija de Elías y Rosa Braniker, inmigrantes rusos de ascendencia judía. Junto a su hermana Myriam, dos años mayor que Alejandra, la familia se instala en una casa de la calle Lambaré 114 de dicha ciudad, donde “Buma” pasaría su infancia y adolescencia.

Alejandra Pizarnik: Dícese de un vértigo en la noche, de las voces que la recorren. Situada geográficamente en el centro del centro de un poema, no tiene límites, al oeste, al sur, al norte, al este, está habitada por la palabra. Su hidrografía es vasta como los barcos que parten de ella llevándola. Su flora y su fauna están pobladas de jardines y bosques, de animales nostálgicos, de pequeños hombrecillos de antifaces azules que conviven con la reina loca y la condesa Bathory. La densidad de la población es infinita. En ella habitan las sombras, la noche, el miedo, el silencio, la sed, la ausencia, la muerte. Su clima es variable, posee todos. Su estado, ungido en el silencio, es una reminiscencia de la melancolía. Fundada por inmigrantes rusos, como hija de la noche y el vértigo, es su historia un abierto combate al fuego de un cuerpo que se hace y se deshace en el poema. Una infancia de suburbio, una paternidad de ojos azules, un lenguaje entre el Idish y la música clásica.

“La hermosura de la infancia sombría, la tristeza imperdonable, entre muñecas, estatuas, cosas mudas.”

Alejandra, ya desde su infancia, se percibía distinta. Ni hablar de su adolescencia donde un marcado cambio iría definiendo su personalidad y se convertiría en la “chica rara” de la escuela. Alejandra era lo opuesto a lo convencional de la época. Cuentan que un día pintó una de las paredes de su cuarto de negro, las demás las cubrió con fotos de revistas, marquillas de cigarrillos, dibujos y hasta empapeló el techo con láminas. Dentro de esas cuatro paredes llegaron las voces de Edith Piaf, Juliette Grieco, Jacques Briel, Ives Montand. Sartre, el existencialismo, la filosofía y la psicología la desvelaban y sobre todo lo que ella escribía: esos papelitos que se mezclaban con la ropa amontonada en el piso entre los discos.

Buma, Blímele, Flora, ya dejaban de ser. Abandonar los nombres era empezar a construirse otra. “Yo es otro” decía Rimbaud. La fuerza de un nombre nacía: Alejandra. Aquí comienza la otra historia.

Cuenta el poeta y periodista Antonio Requeni que siendo Alejandra todavía una adolescente, él la esperaba sentado en el umbral de la casa de la calle Lambaré para llevarla al centro. Requeni presentó a Alejandra lo que era la vida literaria de Buenos Aires. Al terminar el colegio, Alejandra estudia en la Escuela de periodismo, ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras que luego abandona. Ella va arribando al mundo poético de esa época: el grupo “Equis” liderado por Roberto Juarroz y “Poesía Buenos Aires” que encabezaba Raúl Gustavo Aguirre. Juan Jacobo Bajarlía, como profesor de literatura en la escuela de periodismo le hace descubrir a Proust, Claudel, los surrealistas, los simbolistas, Joyce, Artaud, Kafka, la vanguardia. En 1955, con la ayuda de su padre, Alejandra publica La tierra mas ajena, luego vendrán, en 1956, La última inocencia, y, en 1958, Las aventuras perdidas. Estos libros forman una verdadera trilogía de lo que podríamos llamar su “primera época”.

Algunos de los vértices de estos tres libros son: el valor de la poesía como realidad trascendente, la ausencia del amor, la realidad como exilio y carencia, la recuperación del espacio mágico de la infancia. La palabra como salvación y como ausencia.

De esa niña tartamuda que se creía fea y poco atractiva, Alejandra se convirtió en un personaje que fascinaba, ya que ella logró transformar estas debilidades en un potencial que la definiría en una persona cautivadora; con su voz ronca y de una dicción particular, con su peculiar humor y su forma física, todavía conservaba aspecto de niña.

La poeta Elizabeth Azcona Cranwell contaba que un día, junto a Alejandra, fueron a hacer una lectura en el Jockey Club de la ciudad de La Plata, un lugar muy de élite. Estaban las dos en medio de varias poetas que superaban los cincuenta años, cuando llegó el momento en el que Alejandra tenía que subir a un escenario ante todo el público, descubrieron que había desaparecido. Azcona la encuentra encerrada en el baño bebiendo whisky de una petaca que le había sacado al padre. Alejandra temblaba de miedo, hasta que su amiga la convenció. Como contrapunto del lugar y las personas que se encontraban allí, Alejandra subió al escenario con un aspecto desalineado, con su infaltable Montgomery beige, insegura, con el miedo sujetado a su garganta. Ante la transformación que se produjo en Alejandra al comenzar a leer sus poemas, ante la intensidad y lo breve de sus poemas, el público se desbordó en aplausos. Para esa época, Pizarnik y su familia ya vivían en la calle Montes de Oca 675 del barrio de Barracas, en la Capital.

Entre los años 1960 y 1964 Alejandra vive en Paris. Allí consolida una voz en su poesía: su voz. En París hace amistad con escritores latinoamericanos y europeos como Simone de Beauvoir, Julio Cortazar, Octavio Paz, Italo Calvino. Se reencuentra con amigos como Ivonne Bordelois, Roberto Yani, Elvira Orphe, Olga Orozco, Roberto Juarroz.

Es allí, en París, la tierra prometida y su peregrinar de verso en verso, de palabra en palabra, donde Alejandra comienza a construir su personaje de poeta maldita. Fusión entre vida y poesía. Hace de su vida un acto poético. Su vida se hace carne en el poema y el poema la come y la bebe.

Poetas como Baudelaire, Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, cavaron hondo en ella. Artaud y Kafka fueron sus referentes fundamentales en la construcción de su poética.

En los textos escritos en París, tanto en poesía como en su prosa, es cada vez más evidente la disolución interior. La soledad, el silencio, el miedo, lo insalvable, la orfandad. Esto desata los pequeños grandes poemas de Árbol de Diana, publicados en 1962, y Los trabajos y las noches, libro publicado en 1965 en su regreso a Buenos Aires, pero elaborado en Francia.

Económicamente la vida en París no era fácil para Alejandra, Julio Cortázar le consigue trabajo como correctora en la revista Cuadernos para la libertad de la cultura.

A su regreso a Argentina, Alejandra obtiene el premio Fondo Nacional de las Artes y el Primer premio de la Municipalidad de Buenos Aires.

Dejar París produjo un quiebre; además, en 1967 muere su padre.

En 1968 publica Extracción de la piedra de locura. Ese mismo año gana la beca Guggenheim y se muda a su departamento de la calle Montevideo 980. En 1969 viaja a Nueva York y vuelve a París. En “la tierra prometida” ya nada era igual, todo había cambiado. Su única patria era la palabra.

A su regreso a Buenos Aires la escritura se agudiza, se convierte en obsesión. Participa en el Grupo Sur, donde se publican sus poemas, y realiza críticas literarias de gran contenido. Entabla amistad con Enrique Pezzoni, Esmeralda Almonacid, Eduardo Teddy Paz, Juan José Hernández y Silvina Ocampo. Otro amigo entrañable para Alejandra fue Marcelo Pichón Riviere, “su hermanito”, con quien no solo compartió buenos momentos y poesía, sino que Marcelo la conduce a su padre el Doctor Enrique Pichón Riviere. El departamento de la calle Montevideo es su refugio. Se transforma en lugar de encuentro para sus amigos y jóvenes poetas de la época. Marta Isabel Moia, Fernando Noy, Ana Becciú. Horas y horas de escritura, de encierro, de palabras escritas en papeles de colores, de correcciones, de cigarrillos Pall Mall etiqueta roja, de anfetaminas.

En 1970 sucede su primer intento de suicidio. Es llevada al Hospital Pirovano.

Su libro La condesa sangrienta es publicado en 1971, y el que sería su último libro El infierno musical. En Caracas se edita Los primeros cantos.

La muerte siempre acechando, buscando lo propicio en la herida, en la herida primogénita, en la herida fundamental.

En la madrugada del 25 de septiembre de 1972 una alta dosis de Seconal lleva a Alejandra a lamerle los huesos a la muerte, a quedarse en ella como quien vuelve al útero materno, literalmente.

Ya estaba anocheciendo, todo parecía normal en la 9 de julio. Ya no había humo. Tomé el colectivo 17 de regreso a casa. Antes de subir a la autopista se sentó a mi lado una chica de pelo corto, con un aspecto desalineado, con un Montgomery beige y un olor a Pall Mall etiqueta roja en todo el cuerpo.

Fuente: Alejandra Pizarnik (biografía) – Cristina Piña.

 

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