En Tiempos de Aletheia

Del hombre impermeable

Jean-Jacques Rousseau (1712 -1778) tenía razón al afirmar que: «El hombre es bueno de naturaleza» y culpaba a la civilización, al desarrollo, a la evolución de ser las causas que degeneraban dicha condición de bondad humana, innata e inherente.

Al hilo de su generosa afirmación para con el individuo, no puedo evitar preguntarme si ¿no serán acaso la sociedad y el progreso una lima, lija de grano grueso que se afina con el tiempo pues poco a poco hay o queda menos que lijar, que pulir de aquel hombre, ser indómito e instintivo, natural e inocente del que apenas queda nada? ¿No hay imperfecciones que limar, entendidas estas como cualidades naturales del estado más salvaje y primitivo?

Sea así tal vez, pues ya no contiene aristas el alma ni la conciencia del hombre. Luce ahora algo parecido a un cuerpo, objeto de punta roma sin vértices y de superficie tan pulida que llegó el momento de barnizar y encerar. Es decir, de impermeabilizar su espíritu y tapar los poros de aquella naturaleza primigenia que ensalzaba Rousseau.

Sí, ahora, al hombre todo le resbala; nada le moja ni le toca. No le hiere ni le duele y a la realidad le da pereza comenzar la labor de decapar al hombre; de eliminar y raspar las capas de defectos, acumuladas sobre lo que antaño era piel y se nutría del Bien.

Hace tiempo que parece el hombre haberse desentendido de sí mismo. Se alejó del espíritu y olvidó el sentido del Bien para mezclarse en lo social, en lo moderno y lo progresista. El resultado no podía ser otro que el de terminar diluyéndose en una cubeta de ácido sulfúrico que es la sociedad.

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