En Tiempos de Aletheia

CORAZÓN VERSUS RAZÓN

¿A quién le hago caso, a mi razón o a mi corazón? Esa es una pregunta frecuente cada vez que tenemos un dilema sentimental contrario a nuestra razón, a la lógica común. Todos sabemos que el corazón es una máquina de bombear sangre, totalmente automática y sobre la que no podemos ejercer ningún tipo de control.

 

En realidad el viejo dilema parte de nuestro cerebro. Si nos fijamos es un proceso únicamente evolutivo, la cabeza de los pre-sapiens apenas tenía frente. Nos diferenciamos de los animales en que somos racionales, y esto tiene un enlace relativo a la evolución. La última parte del cerebro en desarrollarse fue la parte frontal, el llamado neocórtex y es el que rige nuestra razón (justo lo que nos diferencia), el resto del cerebro se dedica en su mayor parte a desentramar los impulsos eléctricos que le llegan de nuestros sentidos y nos hacen tener una interpretación de lo que nos rodea, controla nuestras habilidades motoras, además de permitir comunicarnos con la mayor facilidad del reino animal. ¿Entre los dos hemisferios del cerebro? Una cosita casi escondida en lo más profundo de nuestra cavidad cerebral: la llamada amígdala, o también “cerebro reptiliano”, se llama así porque lo tienen los reptiles, los cuales, recordemos, poseen un sesito muy primitivo.

 

Según técnicas de neuroimagen, la zona del cerebro que se activa cuando recibimos estímulos emocionales es la de la amígdala, o cerebro reptiliano primitivo. Y la zona que se activa ante soluciones racionales es el neocórtex. Quizás ahora podamos decir que un animal sí siente, pero no racionaliza. Lo verdaderamente difícil es encontrar un equilibrio entre nuestras emociones y nuestra razón, entre la amígdala y el neocórtex, a la hora de tomar decisiones. Resulta que en esa balanza hay un entramado neuronal que envía información de una zona a otra del cerebro, pero con una diferencia, la cantidad de impulsos (información) que la amígdala es capaz de enviar al neocórtex es mucho mayor en el mismo período de tiempo que si esa información sigue el camino contrario. La balanza está inclinada del lado de las emociones, es decir, del corazón.

 

Podemos decir así que, a la hora de tomar decisiones sentimentales, estamos mucho más influidos por nuestro corazón que por nuestro cerebro, por nuestra inteligencia emocional que por la razón, y solo siendo conscientes de esto y haciendo un ejercicio costoso de serenidad podemos decidir sin dejarnos llevar, sin tener en cuenta nuestras emociones más de lo que sería conveniente, consiguiendo así un equilibrio entre razón y corazón.

 

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