En Tiempos de Aletheia

Vida de novela de Georges Sand (I)

Pormenorizando mínimamente la vida novelesca de George Sand, el escritor femenino más importante del Romanticismo, podríamos manifestar sin temor a equivocarnos que su obra literaria puede compararse a la de Balzac, Merimée, Flaubert, etc.

Victoire Delaborde y Maurice Dupin contrajeron matrimonio ante un juez de París el 4 de junio de 1894. El novio, un militar imperioso con pretensiones aristocráticas, estampó su firma con arrogancia y seguro de sí mismo. La novia, embarazada; de aspecto vulgar y con modesta vestimenta, muy azorada, firmó con trazos inseguros. Era una mañana preciosa con un cielo azul claro y un sol que sus rayos reflejaban en los tejados de pizarra y un vago perfume semejaba anunciar la primavera. El joven militar, tocando el vientre de su esposa, sonrió con la misma satisfacción de quien acaba de ser padre.

Justamente, en el mes de julio, un mes después de haber contraído matrimonio nació Aurore Dupin Delaborde. Una menudita niña, morena con unos ojos negros y grandes que al mirar lo hacían con viveza muy singular. Le fue puesto el nombre de Aurora como su abuela paterna, viuda y noble rica con un árbol genealógico de una feracidad increíble, pues en el mismo figuraban desde duques y mariscales hasta reyes de Francia y Polonia. Quizá esta fuese la razón por la que la noble señora no conocía a su nieta ya que siempre se opuso a las relaciones de su hijo con la entretenida Delaborde.

Transcurridos cuatro años, el capitán Dupin fue designado para estar a las órdenes directas del mariscal Murat, destinado en España. Cuando estalló el alzamiento del 2 de mayo Dupin estaba hospedado en el Mesón de Castilla con su esposa e hija, y tendría que combatir durante toda la guerra, si Murat no hubiese sido nombrado rey de Nápoles, lo que al capitán Dupin le valió para volver a Francia y pedir un largo permiso.

Esta nueva situación fue el detonante para que la señora madre del capitán Dupin acabase tolerando a su nuera por el cariño que le tenía a su nieta, pero quiso el infortunio que Maurice cayese del caballo y se desnucase. El caballo llamado Leopardo era uno de los corceles andaluces que el futuro Fernando VII, lacayo arrastrado de los franceses había regalado a los oficiales de Murat mientras el pueblo español se disponía a luchar por el innoble rey. De esta forma Aurora Dupin, futura George Sand, quedó huérfana de padre a los cinco años.

La niña que era adorada por su abuela porque era el vivo retrato de su hijo muerto la mantuvo a su lado en la espléndida finca de Nohant, hasta que Aurora cumplió los trece años. Fue entonces cuando la envió al mejor internado de París hasta que la abuela sintiéndose ya mayor la hizo regresar a su lado para transmitirle la sabiduría familiar, experiencia y un innegable savoir faire aprendido en sus viajes por todo el mundo.

Habiéndole legado su abuela todos sus bienes, Aurora Dupin se convirtió a los diecisiete años en una riquísima propietaria. Aurora es una chica lista, amante de la equitación y de la caza e impulsiva, aunque físicamente no sea nada del otro mundo salvo la agilidad de su cuerpo con encanto y simpatía irresistibles.

Al poco tiempo creyó que había llegado el momento de buscar un marido y aparece Casimir Dudevant, militar sin espíritu castrense, alto y moreno con la seguridad de los veintisiete años. Era hijo natural de un barón sin descendencia legítima y que heredaría a su padre título y fortuna por lo que era un candidato sin demérito alguno.

El matrimonio se celebró el 10 de septiembre de 1822. La felicidad de Aurora duró dos años. Casimir se cansó y dejó la milicia, pues, además de ser un hombre pacífico, le gustaba el trabajo del campo, por lo que se dedicó a cuidar de la finca y de su esposa. Pero Aurora odiaba la monotonía de pantuflas, brasero y mugido de alguna vaca que la sacaba de quicio. Además de haberse acabado las ternuras de la habitación conyugal que ya no satisfacían a Aurora, y haber descubierto que su marido era un verdadero zoquete de tal calibre que era incapaz de leer cuatro líneas seguidas de un libro sin que le cayese de las manos y se quedase dormido, así las cosas, llegó la inevitable separación que se produjo en 1836. Padres de dos hijos, un varón llamado Mauricio en recuerdo de su abuelo materno y una niña cinco años más joven llamada Solange, sin ningún parecido ni con su padre ni con su madre.

Aurora, al igual que su abuela había hecho con ella, adoraba a su hijo Mauricio que no tenía una personalidad muy acusada. Las relaciones con Solange por el contrario fueron tormentosas y envenenadas. George Sand era autoritaria desprovista de sensiblerías y de pelos en la lengua. Solange muy susceptible envidiaba el talento de su madre y casi en la adolescencia le disputó el cariño de Chopin. Sus amistades comentaban que entre las dos mujeres, había la misma cordialidad que entre el fuego y el agua.

George Sand fue una defensora a ultranza del amor libre. Nunca tuvo reparo alguno en exhibirse públicamente con sus amantes. Tampoco con sus hijos, el bien amado Mauricio jamás alcanzó los éxitos que le habían pronosticado. Tuvo una existencia gris con muchos desengaños y fracasos. Por su parte Solange nunca quiso a su madre y esta se sintió herida por un odio antinatural recíproco que jamás pudieron vencer. De hecho sus diarios y correspondencia están llenos de alusiones a estos amores extramatrimoniales. La directa influencia sobre su pensamiento junto con su obra literaria fue evidente en la mayoría de los casos: Michel de Bourges, Pierre Leroux, Sandeau. Por el contrario en otros casos la relación fue más liviana y sutil y por supuesto menos decisiva. Pagello, Mallefille, Manceau. De lo que no cabe la menor duda es que de sus amantes sacó el correspondiente provecho. Unos la enseñaron a pensar y otros la enseñaron a escribir. Aunque también hubo quienes influyeron en sus instintos, imaginación y sensibilidad. Hubo además un joven de diecinueve años llamado Jules Sandeau que conoció a la señora Dudevant en el castillo de Coudray durante el verano de 1830. Pese a que se enamoraron al mismo tiempo, fue ella quién dio el primer paso y como lo manifestaría posteriormente cuando le dije que le amaba no me lo había dicho a mí misma.

Con una experiencia mayor que él es posible que ya hubiese amado, aunque fuese amor platónico, a hombres mucho más divertidos y galantes que su marido. Aun cuando no hubiese consumado el adulterio con Sandeau será absolutamente distinto. Jules era un estudiante de pelo rubio con los ojos azul cielo, delgado, alegre, frágil y gracioso. Era como un colibrí de las praderas: amable y ligero.

A Sandeau, que ya tenía en su haber algunas cosas literarias, le escribió Aurora después de haberle seguido a París; gran ciudad en la que pasaban desapercibidos porque nadie les conocía. Disfrutaron alegremente con su primera experiencia. Pero, sin mucho tardar, les empezó a faltar dinero y se tuvieron que poner a trabajar para vivir, pues Aurora había renunciado en un acuerdo previo con su marido a una gran parte de sus rentas a cambio de libertad.

Fueron los instantes en que Sandeau animó a Aurora para emprender la temeraria empresa de escribir juntos una novela, Prima Donna, y, poco después, Rose et Blanche. Las dos narraciones se publicaron con el seudónimo de Jules Sand. Verdaderamente era el nombre de él acortado solamente en una sílaba lo que indicaba que la participación de Aurora en estos trabajos no había sido importante. No obstante, pronto dio la medida de su talento.

Finalizado el tiempo de aprendizaje en compañía de aquel competente y amado maestro, Aurora sabía que tenía la fuerza suficiente para, por sí sola, realizar aquel trabajo. Así lo hizo con gran éxito: Indiana, su primera novela que también se editó con una firma falsa. Del nombre de su amigo había surgido por supresión de unas letras, el primer seudónimo. Por cambio del patronímico derivaría el segundo. Se trocaría Jules por Georges, y así, Aurora Dupin, madame Dudevant se convirtió en escritora y comenzaría a escudarse bajo un nombre nuevo masculino y bien sonante. Fue como salió al mundo de la literatura el hoy famoso nombre de George Sand.

Con ello finalizó sin mucha pena el lío con Sandeau. Esta mujer de sentimientos un tanto itinerantes amó a otro escritor de treinta años, de nombre Prosper Merimée. Aun no había escrito Carmen ni Columba. Solamente había escrito dos o tres obras que le proporcionaron considerables beneficios materiales y cierta estima en las tertulias literarias. Esta aventura tuvo una duración muy corta. Fue una ruptura, demoledora, brutal y decisiva. Se produjo la misma noche en que Aurora a orillas del Sena, iluminada por la luna, sin miramientos de ninguna especie dijo que ya estaba bien de hermosas palabras y que había que pasar a los hechos. Cómo no podía ser menos Merimé se marchó a la mañana siguiente asqueado.

De Mussey fue el siguiente escritor en subirse al descapotable; no era un bruto desconsiderado como Merimée. Era más bien como Jules, delgado, joven y débil y algo casquivano, dotado de una gracia física que despertaba el interés de matronas sin hijos. Le siguió un cuarto amante; el médico Pagello que fue conquistado por la atribulada enfermera, en Venecia.

Fue el quinto Michel de Bourges, un abogado cuarentón de corta estatura, calvo y vientre prominente, dotado de una impresionante voz de barítono que hacía resonar con potencia de toro, en los foros donde corneaba dialécticamente a sus adversarios. Georges Sand quedó seducida por un hombre tan viril que sacó de ella cuanto pudo y más. En el largo pleito con el marido de quien por fin se pudo separar legalmente sin perder el derecho a la custodia de sus hijos y con una actuación del abogado Michel Bourges verdaderamente decisiva. Más tarde vino un joven sin mucha importancia pese a sus veintiochos años.

Pero lo más sonado fue el idilio con Chopin. Fue en la isla de Mallorca donde culminó y donde se establecieron unos lazos más largos y sólidos en la vida de Georges Sand. Fue mucho el tiempo que se prolongó después del regreso de ambos a Francia. Fue el contacto espiritual más elevado que Aurora tuvo, pero también, el más doloroso y difícil de llevar. Frente a este músico polaco , herido por la misma enfermedad, artista sublime y neurótico hasta la saciedad. George pudo, por segunda vez, desplegar el sentimiento de madre-amiga-enfermera que le permitía encontrarse a sí misma y dar lo mejor de su alma. Aunque Chopin con su enorme piano lleno de polonesas, valses y nocturnos se convirtió en una carga imposible de llevar por aquella mujer además de por su vocación de alondra. Por lo que no debe extrañar que mucho tiempo después del primer encuentro la más lenta llama dejase de arder para siempre; pero que George Sand la había soplado un poco para que dejara de arder.

Seguro que George Sand después de su ruptura con Chopin tuvo otros amantes antes de que el último fuese reconocido públicamente fue su propio secretario llamado Alexandre Manceau. La dama estaba a punto de cumplir sesenta años. Alexandre era colega del hijo de la dama y trece años más joven que ella. Débil, ojos grises, melancólico y tuberculoso como Chopin y Musset. Había renunciado a su propia carrera literaria para servir en todos los sentidos a la famosa escritora.

Corría el año 1870 y George Sand ya había cumplido sesenta y cinco años y advirtió, asustadísima, que estaba más sola que la una. Todos sus amantes habían fallecido salvo Casimir Dudevant, hombre feliz y marido abandonado.

Sin entrar en su obra literaria, lo anterior son lo que podríamos denominar como “sus luces”.

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