En Tiempos de Aletheia

Establecimiento de razas y distinción moral a través del color de piel. Orígenes

Desde hace más de 4.000 años se han venido utilizando el racismo, el machismo, la xenofobia, etc., para perpetuar distinciones de superioridad moral. Conceptos como “identidad/alteridad” han sido puestos al servicio de invasores, también de aquellos que se consideraban invadidos por movimientos migratorios, movimientos estos que eran el factor común a todo el género humano en sus orígenes, nos referimos, claro está al nomadismo, a las hordas, estructuras sociales que se basaban en la igualdad de liderazgo, por cierto. Quizá jugaban con esa carta de ya conocer lo que era la estratificación clasista de la sociedad, sobre estas otras organizaciones tribales igualitarias, y por ello fue tan fácil someterlas. Una lástima me recorre porque lo que se jugaba era el pillaje y la picardía sobre la ingenuidad y la inocencia…

 

Vemos ahora que se presentaba la alteridad como la recurrencia de un anatema, como excomunión, como el que no solo no pertenece a nuestra comunidad, sino que es el que la maldice; ese “un-otro” frente a nuestra idéntica identidad de “raza”; un otro que se presenta, y que represento en mi apercepción, como factor de peligro para mi propia identidad. Pero, ¿cuál es el peligro real que corre mi identidad? El cambio, modificación o alteración, ¿no? Pero, ¿de dónde viene ese miedo sino es de un romanticismo creyente que eleva a categoría metafísica de esencia unos rasgos corpóreos no más? Un romantiscismo (sensacionalismo patriótico) ilustrado (rellenado de categoriales cientificistas) que, a su vez, no es sino racionalización de categorías con tintes místicos en su metafísica.

 

El origen del término “raza” no está para nada esclarecido; ligado al de casta, pretendemos ir bastante más atrás, donde y cuando señala el estudioso Lothar Knauth que se ve el primer síntoma racista de tratamiento para con otras tribus.

 

Señala Knauth que, en el segundo milenio antes de nuestra era, tribus indoeuropeas (los arios) invadieron el subcontinente indio y utilizaron el concepto varna como una primera distinción estamentaria entre sacerdotes, guerreros, ciudadanos y labradores en general. Se presenta pues el varna (asociado con tintes de piel) como un concepto de cualidad distintivo entre personas y no como concepto de cantidad de pigmento en la piel sin más.

 

El asunto racial en India es, en gran medida, social, como herencia de la invasión indo-aria, en la que los invasores autodenominados arya, impusieron una segregación racial mediante rígidas leyes religiosas (hinduismo) para evitar el mestizaje con la población aborigen que, sin embargo, los superaba en número… Y vuelve a mi sentir el sentimiento de lástima que menciono en el primer párrafo…

 

El término aryavarna  como referencia al color claro y asociado a la nobleza, era el de los invasores blancos, y el oscuro dasavarna el color de los aborígenes dravídicos pre-indoeuropeos, llamados los dasyu o dasas («enemigos»). Las castas eran totalmente impermeables y solo procreaban entre ellas. Las familias más nobles constituían las castas altas, mientras que las familias “plebeyas” y los descendientes de los indígenas sometidos, constituían las castas bajas. Estos aborígenes eran pueblos de lenguas dravídicas y de otros grupos y se hallaban sobre todo en las selvas del sur de India. Los drávidas eran considerados por los arios como subhumanos, espiritualmente impuros y animalizados.

 

Fue el budismo quien vendría  desafiar primeramente el sistema de castas, y se verá flexibilizado (recientemente en el siglo XX) por los movimientos de derechos sociales. Mahatma Gandhi vendrá a contribuir también a vislumbrar una sociedad no dependiente de los preceptos religiosos.

 

Más tarde, Aristóteles  hará toda una taxonomía, una categorización en la que las sustancias se vinculan mediante una relación dialéctica entre realidades esenciales apercibidas por ese “maravilloso” intelecto –el suyo propio– sobresaliente en su capacidad de esbozar y asentar los pilares de la ciencia; renunciando por otro lado, a la poética como fuente de conocimiento. Una razón esta, la aristotélica, que ilustra y que la Modernindad exaltará, se exaltará a sí misma como la única capaz de dar explicación del ambiente que nos rodea y, más allá, en el acá de las relaciones “humanas” dará lugar a un más allá de lo físico, una meta-física envuelta por la causa categorial.

 

Aristóteles rechazó la poética como desveladora de verdad alguna; cierto es que los relatos épicos mezclaban hechos históricos con caracteres de exaltación moral para hacerlos estereotípicos y modelos categoriales morales a tomar en cuenta, e incluso seguir en su ejemplo. Pero la batalla por la prevalencia de unas civilizaciones sobre otras vecinas estaba sobre el tablero y cada cual jugaba sus cartas para no ser ensombrecido por un otro, no se contemplaba la mezcla como salida genuinamente moral a la diversidad étnica y/o racial. Aristóteles perpetuó esa discriminación mediante la distinción categorial entre los distintos componentes de la polis o ciudad-estado. No salía pues del marco de lo que ya había a su alrededor: tribus no queriéndose ver mezcladas con otras tribus y estados altamente estratificados en desigualdades.

 

Señala Knauth que “desde finales del siglo XV, como producto del encuentro ibérico con esta realidad social en la India, se consolida el concepto y la palabra de casta presente en sus variantes en los idiomas europeos. Obviamente en cualquier distinción racial se trata siempre también de relaciones de poder”.

 

Nosotros proponemos un “ni con unos ni con otros”; ni con la exaltación poética de un relato épico que mezcla hechos históricos con la exageración para hacerlos memorables y memorizables; ni con la exaltación categorial aristotélico-kantiana que pretende no dejar resquicio a esa otra capacidad humana de la apercepción moral, y si la establece es introduciendo una superioridad moral (la de su dios) por la puerta trasera porque no le queda otra manera de hacerlo.

 

Para concluir, lo haremos con la reflexión de Knauth: “El racismo es, al fin y al cabo, un problema de las varias élites y seudoélites, que tradicionalmente han utilizado la existencia de la discriminación para legitimar posiciones privilegiadas. No nos debe sorpender que por lo común se han abstenido de atacar frontalmente al racismo de variadas índoles, no importe que tan devastador fuera, en última instancia aun para su propio bienestar. (…) En una sociedad con rasgos racistas existen también aquellos que, siendo objeto de discriminación, utilizan las mismas estructuras de poder que propician el desprecio y la discriminación como una “diferencia de oportunidades” para lucrar con su posición seudoélites”. Hay pues un miedo que hace que, bajo la creencia de una mayor oportunidad de lucro social o económico, se mueve a las clases medias a no enfrentarse y exigir a sus líderes una confrontación real y radical con el problema racista y de distinción social. Esa falsa clase media a la que, mediante el voto, se la hace creer que tienen cabida en la participación directa de la organización de la sociedad… No diré nada más… Por ahora…

 

Y, a las palabras de Knauth, añadimos estas: Una diversidad rica en matices amplía, engrandeciendo, la humanidad, no solo de manera fisiológica sino también moral. Brindemos con nuestros distintos elixires y mezclémonos de forma libre, igualitaria y fraternal que para algo somos todas hermanas (a este respecto de la hermandad dentro de lo humano desde sus albores, proponemos la relectura del artículo “El apoyo mutuo de Kropotkin en la arqueología”, publicado en esta misma revista en: https://www.entiemposdealetheia.com/nadie-nos-informa-reportaje/el-apoyo-mutuo-desde-la-arqueologia/ ).

 

 

Fuentes:

“El proceso del racismo”, Lothar Knauth.

“Casta (Hinduísmo)”, Wikipedia.

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