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LA MUSA DE DORA MAAR

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París, café Les Deux Magots, 1936. A través del poeta Paul Éluard, Pablo Picasso conoce a una mujer que juega con una navaja entre los dedos, manchando sus guantes de sangre. Es la fotógrafa Dora Maar, con quien mantendrá una relación de siete años que marcará a ambos. “Después de Picasso, solo Dios”, asegurará ella, quien buscará en la espiritualidad católica una vía para superar el abandono del pintor.

Henriette Theodora Markovitch, más conocida como Dora Maar, nació en Tours en 1907, el año de Las señoritas de Avignon. Se dedicó a la pintura antes que a la fotografía, y el Cubismo llegó a su vida antes que Pablo Picasso. En los años veinte se decantó por la cámara de tal manera que, a mediados de los treinta, ya era una fotógrafa consolidada dentro del grupo surrealista.

Picasso y ella eran amantes cuando, en enero de 1937, el Gobierno de la Segunda República le encarga al malagueño la realización de un gran mural para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París. Dedicará los primeros esbozos a un tema muy suyo: el pintor y la modelo, sin que la obra llegue a avanzar. El bombardeo realizado por la Legión Cóndor sobre la localidad vizcaína de Guernica hará que cambie de opinión. Conmocionado por el suceso, el 1 de mayo comenzará a trabajar de manera frenética, utilizando para ello no solo las horas del día sino también las de la noche. La desidia que había experimentado hasta entonces se convirtió en una actividad constante que lo llevaría a culminar la obra en 33 días.

Dora Maar captó con su cámara todo ese proceso, llevado a cabo en un amplio ático situado frente al Sena, en el número 7 de la rue des Grands Augustins. Dora conocía ese lugar al haber asistido a las reuniones que se celebraron en él organizadas por André Breton y Georges Bataille. Ella, que había sido amante de este último en 1933, convenció a Picasso para alquilarlo, y ambos lo adaptaron a sus necesidades pues, aunque no vivían juntos, pasaron muchas horas allí.

Las fotografías de Dora Maar dejaron constancia de todo el proceso creativo del Guernica desde su comienzo. Aunque en los primeros bocetos Picasso ya representó el sufrimiento de los personajes, no lo expresó con lágrimas. Estas aparecieron como una metonimia visual: dos mujeres con los ojos en forma de lágrima como expresión del dolor extremo. A partir de aquí, el malagueño elaboró muchas variaciones del ser humano llorando hasta llegar, un tiempo después, a los conocidos retratos de Dora Maar. La mujer que llora se convirtió en un género específico vinculado a los retratos picassianos de Dora, que podían aparecer dibujados en las superficies más inusuales, como las que ofrecían las cajas de cerillas. A la hora de explicar esta fijación de Picasso, el catedrático Juan Antonio Ramírez cita algunas opiniones cercanas como la de Georges Bataille. Para este, Dora Maar era dada a las tormentas, con truenos y relámpagos. También se sabe, por testimonio de Françoise Gilot (la amante por la que Picasso dejó a Dora), que era nerviosa por naturaleza, que estaba atormentada y llena de ansiedad. Según Gilot, así la veía Pablo Picasso, para quien Dora era la mujer que llora. Sin embargo, paradójicamente, el pintor llegó a afirmar que ella era la mujer con quien más se había reído. Según él, el hecho de representarla así no se debió a ningún tipo de sadismo sino a una realidad más profunda: una visión interior.

En cualquier caso, lo cierto es que durante mucho tiempo Dora Maar fue “la mujer que llora”: la musa de Picasso. Gracias al trabajo realizado por la historiadora del arte Victoria Combalía esta percepción ha cambiado en las dos últimas décadas. Las entrevistas que mantuvieron ambas fueron el origen de una exposición que tuvo lugar en Valencia en 1995, dos años antes del fallecimiento de la fotógrafa. Ese sería un primer paso al que seguirían otros, como el acceso de Combalía a más de dos mil documentos sobre su vida. A través de la lectura de agendas y cartas, iría saliendo a la luz la figura de una mujer profesional, y consciente de su valor. Combalía reflejará esa nueva perspectiva en la biografía Dora Maar: más allá de Picasso (Circe, 2013).

Dora, en el estudio de la rue des Grands Augustins, no fue solo una musa que se limitó a retratar el trabajo de su pareja artista. Fue una fotógrafa que realizó 24 instantáneas del Guernica y a la que se remuneró económicamente por ello, como consta en una factura. Fue una profesional dialogando con un pintor que se convirtió también en objetivo de su lente, dejándose interpretar por ella. De alguna manera, durante esos 33 días, Picasso fue la musa de Dora Maar.

 

Para saber más:

ACHIAGA, Paula. “Victoria Combalía”. El Cultural. 9 de septiembre de 2013.

COMBALÍA, Victoria. “La factura de la luz de Pablo Picasso”. El País. 7 de agosto de 2017.

LÓPEZ RIVERA, Francisco Javier. “Dora Maar y Margaret Michaelis: dos fotógrafas frente al arte y la arquitectura”. EGA: revista de expresión gráfica arquitectónica, vol. 22, nº 31, (2017), pp. 262-269.

MONTAÑÉS, José Ángel. “Vida más allá de Picasso”. El País. 23 de julio de 2013.

RAMÍREZ, Juan Antonio. “Acerca de unas lágrimas (otra historia con Guernica)”. Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, nº 13 (2001), pp. 195-210.

LUQUE TERUEL, Andrés. “Fundamentos de la pintura de Dora Maar”. Laboratorio de Arte: Revista del Departamento de Historia del Arte nº 18 (2005), pp. 527-540.

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