En Tiempos de Aletheia

Locura y creatividad

El 10 de octubre es el día de la Salud Mental, queremos dedicar este artículo a todos los afectados, a sus familiares y amigos, y, como no podía ser de otra manera, también a todos aquellos profesionales que les tienden la mano, ayudan y acompañan. A tod@s vosotr@s… ¡Salud!

No diremos “locos”, no, diremos “gente en cuya mente hay una habitación a oscuras”. Un cierto tipo de persona tampoco, sino una persona más que, como cualquier otra, adolece de cierto padecimiento particular que puede ser de carácter psíquico, pero podría bien ser de otro tipo.

Lo más importante y primero que cabría y debería decirse respecto a la disfunción mental es que hay teorías que avalan el deslizamiento de sentido de su forma habitual como piedra angular de la capacidad de autoconciencia en los homínidos concretos y peculiares en que consistimos.

Echemos primero un vistazo al legado social y médico anterior para entrar en materia. Tenemos clara constancia de cómo el pensamiento griego ya hablaba de la Enfermedad Mental (EM) de manera específica, “enfermedad del alma” decían ellos. Hipócrates (antigua Grecia, siglo V a. C.), considerado por muchos el padre de la medicina, fundó su propia escuela, la cual fue considerada como revolucionaria entre otras cosas por distinguir dicha disciplina como ciencia autónoma, en lugar de vincularla a la teúrgia y a la filosofía. Hubo un tiempo en que la epilepsia se tomaba y entendía como la “enfermedad sagrada” dotándola de ciertos caracteres místicos, pero ya la Escuela hipocrática explicó que había que verla, entenderla y estudiarla como una enfermedad más. Entre su legado también encontramos el término homeostasis (equilibrio a nivel químico en el cerebro o de neurotransmisores, decimos hoy).

La Escuela hacía énfasis en el diagnóstico y en el pronóstico, no abogaban por grandes intervenciones; era pues de corte pasivo. Se limitaban a dar al paciente los medios para que sanara él de forma natural, esto era a través sobre todo de higiene, ejercicio y ritmos saludables; consideraban que lo mejor era no hacer daño al paciente con intervenciones directas tipo trepanación. Nos encontramos después con médicos de la época romana que marcan un tratamiento más activo, como Dioscórides (sustancias para tratar enfermedades –hoy en día algunas se mantienen–), o Galeno, quien apostaba por ser aun un poco más intervencionista e incluyó prácticas que formarán parte del legado médico que se seguirá utilizando más tarde (sangrías para regenerar la sangre, baños de agua fría-caliente, vómito para purgar, etc.). Hoy en día sí hay una intervención directa con psicofármacos. Ante la posible visión de la Antigüedad como algo rudo, hemos de plantearnos que quizá en un futuro se nos vea a nosotros también así por utilizar medicaciones con amplia gama y espectro de efectos secundarios (cuadros motores, parkinson, ganancia de peso…). No debemos perder de vista la gran labor de los médicos como algo positivo, no queremos decir eso, ellos siempre buscan lo mejor para el paciente, solo señalar que las herramientas que poseen vienen determinadas por el espectro de nuestro conocimiento del ser humano que, como todos los demás conocimientos, sigue en constante cambio y desarrollo.

Comentaremos también cómo, a resultas del triunfo del Cristianismo en el Imperio romano, se produce un cierto retroceso consistente en mezclar de nuevo psiquiatría con religión; se buscan conceptos relacionados con la religión para explicar estas anomalías. Esto sumado a que, según el Evangelio, Jesús practicaba exorcismos, daba como producto que no se viera nada mejor como tratamiento que el ejemplo del Mesías. Así pues, visto de forma retrospectiva, podemos afirmar que durante la Edad Media se da no ya solo un estancamiento en el progreso de la medicina mental, sino una clara regresión. Sin embargo, parece había otros huecos y salidas para estas anomalías; tomemos por caso a los ermitaños o eremitas: ¿Podríamos sacar alguna interpretación psíquica de su comportamiento? Psiquiatras actuales, como el doctor Fernando Espí Martínez (“Una Historia de locura”), nos hablan con sinceridad de cómo estos comportamientos se explican muy difícilmente por hallarse tan lejos en el tiempo. Podría señalarse en ellos cierto tipo de carácter esquizoide por su necesidad de soledad, pero es casi imposible determinarlo a tantos años vista. Las sociedades cambian, lo sabemos, y lo que bien podría tener éxito en un determinado tiempo (la capacidad para la soledad, por ejemplo), puede bien no tenerlo en otro. ¿Es correcto juzgar o tildar de “rara” a una persona que no quiera seguir la corriente actual de modo de sociabilidad porque no le sienta bien?

Adentrándonos ahora en el panorama actual (no tenemos espacio para adentrarnos en la Edad Moderna, para cuyo estudio recomendamos al filósofo Michel Foucault), queremos señalar ciertos otros aspectos relacionados con la salud mental o el fallo de la misma. Empezaremos por mentar que cierta vez escuchamos a un psicólogo afirmar que para él no había enfermedad mental en sí y propiamente dicha, sino rasgos de personalidad comunes los cuales llevados a cierto límite podían ser nocivos para la persona en particular o para su entorno en general. Nos parece interesante ver cuánto de verdad puede haber en este sugerente aserto.

A la luz de la teoría evolutiva, las raíces de nuestra especie se concentrarían en África, con las posteriores migraciones a demás partes del globo y la consecuente diversificación de la especie. En su libro La locura de Adán y Eva, cómo la esquizofrenia moldeó al ser humano, David Horrobin, muestra, fundamentándolo con los diversos conocimientos que abarca (medicina, psiquiatría, evolución, nutrición, etc.) cómo pudo ser que una especie inteligente de simios cambiara de tal manera hasta dar como fruto lo que hoy somos.

Como bien señala David Horrobin en el citado libro, la imagen que nos presentan los media de la esquizofrenia es la de los sin-techo y la de aquel que comete un asesinato sin tan siquiera conocer a la víctima, sin embargo se nos olvida con facilidad (pues no se habla de ello muy a menudo) las grandes mentes brillantes de todos los campos que en algún momento o durante toda su vida tuvieron que lidiar con severos problemas psíquicos. Desde el premio nobel John Nash, en cuya persona y vida se basa la película “Una mente brillante”, hasta la mismísima Virgina Woolf, pasando por Wittgenstein, Nietzsche, Van Gohg, Immanuel Kant, o Isaac Newton, solo por citar algunos de los muchos que fueron. Lo que cabe preguntarse a este respecto es qué hace que unos y otros tomen tan distintos derroteros vitales.

Hay acuerdo y consenso en que el desarrollo del lóbulo frontal nos caracteriza sin lugar a dudas, como también hay acuerdo en que es la zona cerebral donde se alojaría el desequilibrio que conlleva a la depresión, la ansiedad, la paranoia, etc. Pero el dato más curioso y relevante en dicho libro es el de que la esquizofrenia es la única enfermedad que encontramos en igual medida en todos los grupos raciales, visto así, podría aseverarse que esta estuvo presente en los albores de la diversificación de la especie, formando parte de nuestro legado genético. Presenta aquí y así, el doctor Horrobin, la hipótesis según la cual “somos humanos porque algunos de nosotros somos esquizofrénicos”. Sería esta singular capacidad asociativo-creativa la que nos distinguiría de nuestro anterior primate ancestro-evolutivo.

El Dr. Escoffier Lambiotte hace observar que “una encuesta de la Organización Mundial de la Salud pone de manifiesto que la esquizofrenia es una enfermedad universal que en nada se debe ni a la familia ni a la sociedad”. Dr. Escoffier-Lambiotte, “La schizophrénie, folie universelle”, in Le Monde, 28 de julio 1986.

Vistas así las cosas, cabe preguntarse si no debiéramos tener en cuenta también este síntoma como condición de posibilidad del emerger de nuevas teorías en todos los campos del saber humano. La capacidad de generar nuevas miradas sobre lo ya contemplado y circunscrito a una supuesta Teoría de la verdad se ve modificado gracias a esta capacidad humana de relacionar lo que a ojos vista parece no estarlo, y yendo más allá, la creatividad parece ser condición necesaria para la evolución de las teorías.

Parece ser que las nuevas combinaciones de información que se dan en el proceso de la producción creativa vienen encauzadas por precisamente una divergencia atencional junto a una convergencia de estas asociaciones remotas. “Los individuos creativos tienen una especial dificultad en la selección atencional, actuando de tal manera que su filtro de selección de información podría considerarse que no funciona con normalidad, al admitir más información de la habitual y no ser selectivo. Esto provocaría sobrecargas de información similares a las que se producen en algunas enfermedades mentales como la esquizofrenia.” Eysenck ha señalado cómo la creatividad apunta en la dirección del tipo psicológico de Psicotismo, “y ha sugerido que los mecanismos que nos acercan a la enfermedad mental son comunes a la creatividad, y la frontera entre enfermedad mental y rendimiento creativo es relativamente débil”. (Fermín Martínez Zaragoza)

Al cuestionarnos la delimitación entre creatividad y locura, dentro de un supuesto de raíz común en lo humano, encontramos que muchos investigadores se han preguntado por la línea que separa una de otra, y resulta que cada vez más están de acuerdo en afirmar que “no parece clara la existencia de esa frontera. La tendencia última es a considerar el recorrido entre normalidad y patología como un continuo (p. ej. Millon y Davis, 1998). Si se hace así, no ya el artista, sino el ser humano en general se sitúa a lo largo de su existencia en numerosos puntos dentro de ese continuo. Por lo tanto, en cierto modo la locura es una característica o un componente más del ser humano. Ni la normalidad excluye totalmente la patología ni lo patológico es una condición pura y constante. La anormalidad o los rasgos psicopatológicos característicos tradicionalmente del artista no serían algo exclusivo, de lo que no participaría el resto de la población, ni serían algo que le diferenciaría de un hipotético individuo normal, porque en tal individuo normal también aparecerán esos rasgos de alguna manera y en algún grado” (Julio Romero).

Conclusión

Es curioso que, a la luz de estas observaciones, se nos revele como fundamental esa habitación a oscuras, la cual probablemente haya sido el pilar para el encuentro de nuevas fuentes lumínicas que nos ayudaron a ampliar y modificar nuestra mirada del universo y, por ende, nuestro peculiar estar en él.

Hemos de sumar a lo observado cómo recientes estudios psicoanalíticos apuntan hacia un aumento del síntoma esquizofrénico en la cultura contemporánea. Un dato curioso cuando menos es que esta enfermedad se da en igual grado cuantitativo en todas las razas y culturas, sin embargo, los individuos que la padecen pertenecientes a culturas “primitivas” tienden a una más rápida y mejor curación de sus brotes, mientras que en las sociedades “desarrolladas” el individuo afectado tarda más o no llega a concluir su curación tras el brote. Sociedades estas, primitivas, vinculadas a ritos ancestrales de reconversión y reunificación tanto con el medio social como con el natural. “Al final va a resultar que vivir en una cultura tan racional no genera sino más locura” (Michel Foucault).

Parece, pues, a todas luces urge dar con la clave de bóveda del tratamiento de estas personas para que no sufran. Personas, las cuales, según todo lo visto, no distan mucho en diferenciarse de los demás. ¿Cómo acometer en este caso esta circunstancia? ¿A través, quizá, del correcto encauzamiento de sus habilidades creativas? Estos estudios que relacionan psicotismo con creatividad, también muestran cómo en estas enfermedades, si llegan a “la forma de alienación extrema, donde el individuo se ve mermado en sus capacidades, pierde el control de sí mismo y de su actividad, no parece que pueda hallarse la base ni la fuente de la capacidad y logro creadores” (Julio Romero); impera pues, que se limite el número de accesos a brotes agudos y en eso están nuestros grandes profesionales y sus tratamientos. ¿Podría plantearse alguna alternativa más?

Por un lado, nos encontramos que cada vez con más frecuencia se da la inclusión del arte como método terapéutico en los desvaídos psicológicos; por otro, analizando los datos de los artículos que hemos estudiado, nos dicen que los individuos dotados de cierto nivel de conocimiento y cultura que padecen psicotismo tienden a la creatividad y resolución original de problemas de toda índole; científica y artística. Los estudios muestran que es así; las personas que padecen anomalías cognitivas y/o emocionales que están en posesión de conocimiento y amplia cultura sobre una determinada materia son capaces de desarrollar teorías nuevas, nuevos puntos de vista que no tendrán porqué ser completamente acertados, pero que cuando menos proveen de una nueva mirada para su estudio. Del lado artístico nos encontraremos con personas capaces de desarrollar nuevas posibilidades de objetos artísticos y nuevas corrientes. Teniendo todo esto en cuenta, ¿no les parece acucia dotar a toda la población de ese nivel cultural , un nuevo tejido social más rico pues, que parece auspiciar la creatividad?

En la Edad media se tenía la creencia de que la EM se alojaba en forma de piedra en el cerebro, sin embargo los estudios muestran que la extracción de la misma forma parte de la mitología generada por las abundantes representaciones pictóricas que conservamos de ello. Hoy día decimos “le falta un tornillo” y tampoco nos dedicamos a poner tornillos en las cabezas. Es nuestro mito equivalente al respecto.

Bibliografía y documentación:

  • The madness of Adam and Eve. How schizophrenia shaped humanity. David Horrobin. Corgi Books, 2002.
  • “Impulsividad, amplitud atencional y rendimiento creativo. Un estudio empírico con estudiantes universitarios”, Fermín Martínez Zaragoza. “Anales de psicología”, 2010, vol. 26, nº 2 (julio), 238-24, Universidad Miguel Hernández de Elche.
  • “Creatividad, arte, artista, locura: una red de conceptos limítrofes”, Julio Romero. Arte, Individuo y Sociedad 15514: 113 1-5598 2000, 12: 131-141. Universidad Complutense de Madrid.
  • “Una historia de locura”. Programa de radio perteneciente al canal “Memorias de un tambor”.

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