En Tiempos de Aletheia

La filosofía, la más guarra de todas…

Del régimen disciplinario de Foucault, pasando por el farmacopornográfico de Preciado, llegando a la categoría propia que di en llamar prostibulario, nuestra condición de sujetos, puede encontrar en el andamiaje de lo filosófico, un punto de fuga, una porosidad por donde salirse del determinismo que nos impusimos por temor y pavor de asumir nuestra desconcertante orfandad. Lo más ordinario, soez y grosero tiene que ver con la espontaneidad y autenticidad de reconocer que podemos llenar de palabras al vació, inventarlo en caso de que no lo sintamos, o hacer de nuestros cuerpos, de nuestras sensaciones o limitaciones una textura, un entramado, una narrativa en donde también nos desplacemos filosóficamente por un aquí y ahora específico y determinado. Uno de los tantos estigmas que recaen, sobre el hecho maldito de la posibilidad filosófica, es que se trata de una actividad en solitario. Pues bien, habitan en mí, tantas corrientes, intersecciones de otros, que somos una sola intertextualidad, a la que le sacamos turno, para estampar cada tanto un nombre y apellido a ciertos regueros de palabras.

La oscilación entre mismidad y alteridad, como el pasaje, viaje, inmovilidad de lo uno a lo múltiple, condimentan los desvaríos filosóficos, que son la administración de las contradicciones que aún nos quedan cuando reconocemos nuestros vestigios de lo humano.

Como nada es tan familiar como ponerle el cuerpo de la experiencia propia, pasaré a contar cuál y cómo ha sido mi primera y única experiencia de lo filosófico que me funda, determina y que pese a mis intentos, no sé si lograré fugar.

Todas las noches son esa noche.

Corría el invierno de 1985, transitaba mis 4 años. Padre y madre, que no vivían juntos en lo real sino en lo simbólico, habían decidido llevarme de vacaciones a Bariloche. Hasta aquí lo reconstruido, se podría agregar todo lo concerniente al contexto de aquél tiempo en un lugar dado, sin embargo estaría de más. El recuerdo me impacta y seguramente el haberse producido la desgarradura de manera tan contundente y profunda, sea la más preponderante y la que intento reparar, una y otra vez, hasta que al fin ya no vuelva más a ella.

Todos duermen, ellos duermen. Estoy solo y consciente de mi soledad. Sé, endemoniadamente, que, por más que los pueda despertar para que me ayuden o me brinden respuestas, no lo podrán hacer, no las tendrán.

El lugar me protege y desguarnece a la vez. No me es familiar, es una habitación rentada, de hotel, de calidad, confortable, pisos de madera que refractan calor o una mullida alfombra aterciopelada lo mismo dará, paredes vigorosas sin grietas, manchas, ni filtraciones. El afuera atemorizante, donde probablemente nieve, se me hace presente sin más, fundando mi conciencia.

Siento el rigor de la discrecionalidad, alguien decidió o fue el azar, lo mismo será, desde aquella vez y para siempre, para mí.

Súbitamente, me pregunto ¿Qué pasaría si no vuelvo a despertar? Asumí, desde esa vez, que tal interrogante me acompañaría durante toda mi vida, el sentido de esta, conjeturar, ponerle palabras, emociones y sensaciones, a las diferentes respuestas, siempre circunstanciales y carentes de veracidad, ante la interpelación esencial y crucial.

Antes de que caiga el sol, me dedico al misterio insondable de investigar de dónde proviene el poder de esa pregunta, su discrecionalidad y determinación.
Se me cruzó en el camino el amor, la serenidad y más de un rol. Agradezco y disfruto de tantas posibilidades impensadas e imposibles de narrar, de tu beso, de tu abrazo, de tu saludo y también de tu indiferencia y de tu puñal.

O todo o nada será casualidad, lo cierto es que fue en la ciudad próxima al arrayán, derivada del término mapuche “vuriloche” que significa gente del otro lado de la montaña, donde quedó, en ese lado para siempre, mi yo fundante y fundado.

Volveré sin dudas a buscar a ese niño atemorizado, le secaré la lágrima que rueda en su mejilla, el poder me responderá algunas preguntas y en el mientras tanto, como cualquier otro en la diversidad de las historias, me seguiré fastidiando por una cuita menor, festejando otro cumpleaños, gritando un gol, agradeciendo haberte conocido en este compartir tan nutrido y porfiado.

La última noche será cazada la lechuza de Minerva que inicia su vuelo al caer el crepúsculo y en el cenit de su despliegue, caerá indefectiblemente, sin necesidad de que, al fin, imploremos por otro amanecer.

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