En Tiempos de Aletheia

Intuición y razón: Sobre el sentimiento religioso

¿Qué hace que seamos animales de creencias religiosas? ¿Qué tiene la creencia religiosa para atraer a tanta gente bajo su paraguas? ¿Cuál es su finalidad, qué cometido social cumple?

Según se ha visto en estudios recientes con niñ@s, parece ser que es intuición natural del ser humano creer que la vida mental es independiente de la del cuerpo, por ende esto parece podría llevar a pensar en una vida mental posterior a la propia del cuerpo, es decir, más allá de la muerte física. La primera experiencia que sostendría esta intuición sería la propia actividad onírica en la que la actividad mental es intensa frente a una quietud, a veces casi absoluta, por parte del cuerpo. Esto sería un sentimiento común ya en nuestros ancestros prehistóricos, su capacidad cerebral ya tendría la capacidad de esta intuición. Sin embargo, estos mismos estudios muestran que no ocurre lo mismo con la idea de un dios supremo creador y causante del mundo, esta idea no sería espontánea.

La ciencia, por su parte, requiere de un sistema de pensamiento y de racionalización más lento y elaborado, que requiere más esfuerzo que las meras “deducciones” directamente venidas de la rápida y simple intuición. De hecho, muchas veces, más de las que nos gustaría aceptar, el juicio de la razón es contrario a la idea de la mera intuición. Ejemplo simple, por todos conocido, de la diferencia entre intuición y ciencia es el de la teoría del Giro copernicano, según el cual comprendimos que la Tierra gira en torno al Sol, y no al revés. O entender, como hace la teoría darwinista, que somos simples animales no más. A pesar de haberse demostrado que las ideas provenientes de esta última (la intuición) no tienen por qué ser ciertas, tenemos la innata tendencia de hacer caso de lo que ella nos cuenta como verdad, como también cabe observar en el caso de las creencias místico-religiosas. (“El cerebro y el origen de la religión”, programa de radio perteneciente a La Linterna de Diógenes)

También hay que tener en cuenta el desconcierto ante la imposibilidad de reconocer signos de la naturaleza que ahora prevemos gracias a la ciencia, como causa primera (quizá de la mano de la capacidad de atribuir intenciones en otros), como el primer desencadenante de mirar con otros ojos e identificar como fuerzas superiores lo que quedaba lejos de nuestro alcance racional y manejo de las circunstancias y condiciones primitivas. Loándose así el sol, la lluvia y el viento cuando eran favorables, temiendo irracionalmente su furia en esos otros momentos que provocaban desastres en nuestras comunidades. Puede que la expansión, incomprensible ahora, de esta mentalidad de creación de múltiples y variados dioses fuera el fruto primigenio de la mitología en torno a estas deidades de caracteres humanos que se asimilaban a los factores de la naturaleza (una cierta mentalidad animista que atribuiría mente consciente y voluntad, incluso a lo inorgánico). Como puede también que, en un principio, la creación de leyendas mitológicas del orden del relato fueran cuentos para dormir a los niños. Relatos de los que encontramos rastro en todas las comunidades y civilizaciones, desde el Enuma Elish (poema babilónico sobre la creación del mundo) hasta la especulación científica llamada Teoría del Big Bang. ¿Son, estos, relatos para consolar nuestra ignorancia, nuestra incapacidad de reconocimiento de nuestra falta de destino y nuestra incapacidad de comprensión de la soledad que habitamos en lo general universal y nos habita en lo singular particular?

Hay multitud de autores de diversos campos de conocimiento (psicólogos, antropólogos, filósofos…), que hablan de los mitos como representaciones de modos de comportamiento humano a través de relatos de deidades, y así es como los entienden. Puede decirse, por tanto, que la naturaleza física compartiría con la humana una aparente arbitrariedad en sus usos, descubriéndose en ambas, sin embargo, patrones, normas y ciclos. Decía Jenófanes de Colofón al respecto: “Chatos, negros: así ven los etíopes a sus dioses. De ojos azules y rubios: así ven a sus dioses los tracios. Pero si los bueyes y los caballos y leones tuvieran manos, manos como las personas, para dibujar, para pintar, para crear una obra de arte, entonces los caballos pintarían a los dioses semejantes a los caballos, los bueyes semejantes a bueyes, y a partir de sus figuras crearían las formas de los cuerpos divinos según su propia imagen: cada uno según la suya”. Pero ya el mismo Jenófanes hablaba también de dios como un único ser, parece pues que el germen del monoteísmo latía en los mismos orígenes de la reflexión acerca del universo. Era, entonces, el poema la figura elegida para dar forma a este pensamiento y quizá con la pretensión de dar a entender que es entre los blancos y en los silencios que provocan sus versos, donde se alcanza el mayor grado de verdad acerca de lo mentado. Véase el poema de Parménides y los aforismos de Heráclito para hablar del funcionamiento del universo. Véanse también las teorías de Anaximandro y su “apeiron” como principio de todas las cosas; o más tarde cómo hablará Aristóteles, ahora de forma sistémica, del Motor Inmóvil.

Por su parte, el premio nobel de literatura Elías Canetti, nos cuenta cómo el ser humano siempre y por necesidad de la supervivencia, ha guardado un miedo ancestral hacia aquello que se le presenta como extraño, la posibilidad del roce con lo desconocido, con lo no encajado en su sistema de normalidad, es el puente que lleva al individuo a querer sentirse parte de una masa que puede abrazarle de forma segura. Y nos dice que “quien asistía a un sermón, convencido de buena fe de que lo importante era el sermón, se habría mostrado sorprendido e incluso quizás indignado si alguien le hubiese explicado que lo que le causaba satisfacción era el gran número de oyentes más que el sermón mismo. Todas las ceremonias y reglas características de tales instituciones buscan en el fondo ‘interceptar’ a la masa: más vale una iglesia segura, rebosante de fieles, que el incierto mundo en su totalidad. En la regularidad de la ida a la iglesia, en la familiar y exacta repetición de ritos precisos, se le garantiza a la masa algo así como una vivencia domesticada de sí misma.” (Canetti, pg. 16.)

Los estados alterados de conciencia que se darían con el consumo de alucinógenos en ciertas tribus por parte de chamanes y sus discípulos, son comparables a estos estados de conciencia, también alterados, que se alcanzan por la música repetitiva, por el canto de oraciones memorizadas, por el baile, por un ambiente cerrado de luz tenue, adornado con velas, aromatizado con inciensos, etc., esto es, por rituales al fin y al cabo que vemos en estas otras religiones de sociedades más “avanzadas”.

La rapidez de la intuición para proponer respuestas, puesta en consonancia con la comodidad que comporta el sentirse parte de una masa que produce una desindividuación en pos del sentimiento de formar parte de un todo mayor y “más seguro”, junto con el desconcierto por las fuerzas de la naturaleza, podría ser la clave del enorme éxito de la multitudinaria adhesión a esta opción emotiva y socio-política de la ideología religiosa como el victorioso funcionamiento colectivo del que presume incluso hoy en día.

Las primeras religiones se nos presentaban, como mencionábamos, en forma de mitos, esto es “relatos dramáticos que forman una carta constitucional sagrada por la que se autoriza la continuidad de instituciones, costumbres, creencias y ritos antiguos, allí donde son comunes, o se aprueban sus modificaciones”. (Robert Graves, pg. 7.) Vemos ya en esta definición una común raíz con lo político.

Volviendo a la historia y desarrollo de estas “narraciones fabulosas”, podemos observar cómo hubo un momento en la historia de la humanidad en el que los relatos de dioses y diosas que intervenían en lo humano se fueron modificando, dando lugar a religiones monoteístas que reconocerían un único Dios universal, como son caso el Judaísmo, el Cristianismo o el Islamismo. Decimos que estos relatos se fueron modificando y ampliando, y no sustituyendo, pues es a través de la conversión de relatos mitológicos, en su mayoría hoy perdidos pero también algunos rastreables, que derivaron en un disfraz que camuflaba dioses y diosas antiguos en nuevos hombres, mujeres, ángeles, monstruos, demonios, epidemias, etc., que cumplirían un nuevo papel en los nuevos textos “fundacionales” de las nuevas tribus que, bajo su amparo, se perfilaban ahora como comunidades autónomas, con un carácter y una historia propios, diferenciándose así de otros pueblos vecinos. Caso ejemplar es el del pueblo judío que corría la suerte de pronta desaparición bajo el yugo egipcio, y que con su nueva “política” e “historia” se encumbraba en una identidad insoslayable. Nacía así, ya de forma ineludible, un caso indiscutible de función política de la religión.

Volviendo a los mitos y poniéndolos en consonancia con el subconsciente colectivo, decir que ya el mito del “Génesis” nos dice que la vida es una caída, sin duda lo es, porque nacer es empezar a morir, mito que está contenido y que conlleva y lleva a y desde la raíz de la misma palabra “religión” (religare): volver a ligarnos con nuestro origen, con aquello que sea pues aquello de donde provenimos. Pero es que ya en el Hinduismo encontramos la idea del alma como habitante independiente del cuerpo y la vida como un viaje que debe ser guiado.

Se nos presenta, pues, la religión como una construcción metafísica que mezcla intuiciones primeras, como la mentada de la vida extracorporal, con una suerte de preceptos de convivencia, los cuales, algunos pueden tenerse como racionales en su momento (véase el caso de la retirada de la carne de cerdo de la comida por la posibilidad de contagio de enfermedades). Es pues, construcción que es constructo, además, de toda una suerte de normatividad social, que salvaguarda al individuo incluyéndolo en una colectividad que a su vez lo abraza y lo guía.

Pero hay cierta violencia religiosa, sobre todo en la proveniente del monoteísmo, pues este establece una única verdad; mientras el politeísmo daba pábulo a la confrontación de verdades, el monoteísmo establece un único camino de conocimiento, sus textos son El texto, único. Insalvables de Él nos condena a una única posibilidad, o eres con él o no eres con él, lo mancillas con tu propia palabra y opinión, con tu singularísima diferencia pues, y por tanto,o estás con él o estás contra él. Más tarde, sin embargo, bajo el auspicio de un nuevo concepto de “el hombre” con el caldo de cultivo pre-ilustrado, llegará la ampliación de estas corrientes en forma de las llamadas sectas, véanse sectas islamistas diversas (ejemplo, los sufistas, aunque aquí lo que se da es el mantenimiento de ciertos caracteres propios conjugados con el mandato islamista) o el atrevimiento de una libre interpretación de los textos sagrados como observamos en las católicas (el protestantismo), o la toma de solo parte de sus textos (el evangelismo, etc.). Sectas estas que se distinguen por una interpretación diferente a la ortodoxa de Los textos sagrados. Lo curioso de los textos sagrados es que es tan amplia y variada la temática que a través de ellos se alcanza, que da tanto para tener una visión amable de la vida y la convivencia como para la más cruenta imaginable. Por su parte, las religiones que apuestan por cierto modo de espiritualidad sin deidad alguna, suelen ser las más pacíficas.

Todos los preceptos políticos actuales provienen de preceptos religiosos anteriores. Incluso los revolucionarios, ¿qué era Jesucristo sino un revolucionario que prometía algo por llegar? Afirmaba el politólogo Carl Schmitt que “todas las categorías de la política moderna son conceptos teológicos secularizados”. Y subsisten elementos religiosos solapados y disfrazados en la política, es un dispositivo que sigue presente de forma secularizada (en el matrimonio, en la idea de una verdad que da explicación del mundo, véase la ciencia, etc.). Detrás de todo conocimiento encontramos la confianza en una Verdad. Hay pues, una presencia religiosa solapada también hoy en día. (Darío Sztajnszrajber , charla “Dios”)

Como conclusión queremos decir que se nos antoja el actual panorama religioso una suerte de politeísmo de nuevo; hay una proposición de distintas deidades, tenemos “conversos”, la gente cambia de creencias, y también se crean nuevos relatos sobre el sentido de la vida y el universo (ejemplo actual es el de la “New Age”). Hoy día hay quien rinde culto a Odín en forma de bar temático, por ejemplo; o a la “nueva Atenea” (la antigua era la patrona de la Filosofía, cuna de todo el saber), esto es, la Ciencia. Desde aquí lo que apostamos es por el respeto al culto que cada cual quiera rendir, siempre con el compromiso de una convivencia no violenta y celebrando la vida, sea desde la creencia en un más allá presidido por uno o varios dioses, sea desde el paganismo de adoración a la vida por sí misma. Tampoco queremos dejar de lado el hecho que se recalca en todas las religiones y prácticas de meditación (véase el yoga, por ejemplo), a saber, que nacieron de un deseo de comunión con lo trascendente, acatemos, entonces, el respeto por la vía elegida por los demás para tal fin.

Bibliografía y documentación:

  • Robert Graves y Raphael Patai, Los mitos hebreos, Alianza editorial, Madrid, 2007.
  • Elías Canetti, Masa y poder, Muchnik Editores, Barcelona, 2000.
  • “El cerebro y el origen de la religión”, programa de radio perteneciente a La Linterna de Diógenes.
  • Darío Sztajnszrajber , charla “Dios”.

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