En Tiempos de Aletheia

De Westfalia a la Comisión Europea, eurocentrismo y leyenda negra

Recientemente ha sido noticia la dimensión del gobierno holandés, presidido por Mark Rutte; ¿la razón? El escándalo que significa que unas 26.000 familias fuesen obligadas a realizar devoluciones de subsidios estatales. Se trata de un “error” que muestra la política de persecución a la pobreza y el racismo institucional que opera en las estructuras del Estado holandés, siendo que la mayoría de las familias afectadas son, además, de origen inmigrante.

Una terrible realidad que han querido comentar Ramón Górriz y Ana Fernández Asperilla, presidente y directora del Centro de Documentación de las Migraciones en la Fundación 1º de Mayo, en su artículo “Capitalismo holandés y nostalgia colonial. Una nota a propósito de la dimisión del gobierno Rutte”, en la que destacan la investigación del sociólogo Pablo López Calle, donde se describen las condiciones precarias en las viven y trabajan los españoles que se dedican al sector de logística, unas condiciones que afirman está amparada por la legislación laboral holandesa.

Los directivos de dicha fundación comparan la situación laboral de los españoles precarizados en Holanda con las posiciones del gobierno holandés cuando, el año pasado, se iniciaron las discusiones sobre el plan de ayudas/reconstrucción para enfrentar la difícil situación resultado de la aparición del COVID-19. Recuerdan cómo, desde Portugal, se calificaron de repugnantes las posiciones sostenidas por Rutte, quien junto a Austria, Suecia y Dinamarca se oponían a las ayudas dirigidas a los países del sur de Europa.

Así, para Górriz y Férnandez la actitud de los Países Bajos nos recuerda su pasado colonial, esto a la luz de que las ideas de Rutte son transversales en el espectro político holandes. En este sentido, ambos salen al frente a levantar argumentos sobre la condición de paraíso fiscal del país de los molinos, no sin echar en falta la obligada mención al mito de la ética calvinista, la disciplina y la laboriosidad de los del norte, frente a indisciplina y poca ética de trabajo de los del sur. Solo faltó mención al capítulo de la leyenda negra.

El problema de estos argumentos es que repiten la fórmula de los argumentos anti-negrolegendarios; si se habla de la Inquisición, los protestantes mataron más; cuando se trata de la ética del trabajo, pues Holanda es un paraíso fiscal. Se olvidan de que el Reino de España también tiene un pasado colonial, que las condiciones a las que la ley holandesa somete a los españoles sobreexplotados en los Países Bajos no es muy distinta a aquellas a las que la ley de extranjería somete al inmigrante “extracomunitario” en España, que la situación de los españoles en Holanda no es peor que la de los temporeros en Lleida. También olvidan que los argumentos usados por los holandeses para describir los pueblos del sur de Europa fueron inventados por el Imperio Español para deshumanizar a las poblaciones del llamado “nuevo continente”.

Esta es la razón por la que una crítica a la explotación del sur de Europa por parte del Norte, debe enfrentarse necesariamente a la historia del colonialismo español, sin repetir la fórmula que va de “nosotros lo hicimos mal, pero los del norte lo hicieron peor”. Porque no puede comprenderse lo que ocurre hoy sin entender el resultado de más de cuatro siglos de subordinación estructural. Un proceso que comienza tras la guerra de los treinta años y la derrota que derivó en la firma de los tratados que dan forma a la Paz de Westfalia. Desde 1648 el Imperio y el Reino de España comienzan un proceso de periferialización dentro del sistema mundial, un devenir en el que comienza a ponerse el sol donde antes no lo hacía.

Lo que se inicia con Westfalia continúa con la guerra de sucesión, las reformas borbónicas, pasa por las independencias de los territorios americanos, la disolución administrativa (aunque no subjetiva) del imperio hasta la guerra civil. Una historia que tiene su más reciente capítulo en las condiciones con las que se incorpora el Reino a la Unión Europea, una cuestión cuya condición de posibilidad se vio armonizada por la participación de los intereses económicos españoles y europeos en los procesos de privatización que se iniciaron en América Latina durante la llamada década perdida, solo realizable por los nexos coloniales que marcan la relación entre las élites a ambos lados del Atlántico.

En este sentido, si la llamada leyenda negra resulta, para la historiografía, la forma en la que desde el norte de Europa se distancian del pasado colonial, operación que realizan al contrastar su devenir con aquel que ha tenido el sur de Europa, la respuesta que dan Ramón Górriz y Ana Fernández Asperilla resulta similar a la que encontramos en la crítica españolista a dicha leyenda, ya que no escapa de aquello que quieren criticar, ya que hacer una evaluación del racismo nordocéntrico requiere enfrentar al racismo como un dispositivo eurocéntrico, es decir, inherente al despliegue histórico de Europa como proyecto y como identidad, cuestión que obliga a confrontar su variante ibérica.

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