En Tiempos de Aletheia

Principios y finales

 

Todo tiene un principio y un final. La vida se alimenta de eso. Todo lo que nace, muere. En nuestras vidas ocurre eso cientos de veces. A veces no lo advertimos.

Tenemos miedo a los finales por un estado psicológico de bienestar. Nos acomodamos al camino. Nos aterra su final.

En la frontera misma de todo final, está el principio de otro camino. Comienza otro recorrido. Todo principio nos trae frescura, nos despista de toda comodidad, nos enriquece y nos hace más fuertes. Nos nutre de energía. Pero lo olvidamos, acomodados en añejos y viejos caminos, desgastados, por los que llevamos transitando mucho tiempo.

No tendríamos que tener miedo a los finales, ni tampoco a comenzar de nuevo. Ningún comienzo fue fácil nunca, pero nos trajo todo lo que somos y todo lo que aprendimos. Olvidamos que la vida es un estado de consciencia por experimentar, sin miedo a los errores, a las caídas o a las derrotas. La vida es una experiencia solo soportable para quienes deciden saltar al vacío.

Probablemente, el error está en creer, acomodados o maniatados por conceptos sociales y chismorreos de miserable vecindad, que todo final es una tragedia, el drama de un desgarro que nos hunde y nos entierra.

En cada frontera marcada como el final de algo, está anotado el principio de otro camino, el comienzo de otras posibilidades. Lo que ocurre es que, absortos en el ruido, solo miramos tras nosotros el camino trazado; tendríamos que poner la vista en las múltiples posibilidades que tenemos por delante.

Todo tiene un principio y un final; y en ellos, en ambos, nos experimentamos y enriquecemos.

 

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