En Tiempos de Aletheia

La vibración de la vida

La vibración de la vida es como un niño inquieto, ávido de proponer y realizar. Entorchado en una energía inacabable, producto de su propio sonido y de su propia intención, y amparado en que la vida es una plaza donde sostener el credo o el baile posible que las ganas o la opción propuesta sostenga.

La pandemia no ha acabado con dicha vibración. La mantiene cohibida, encerrada en dos metros cuadrados en los que se habilitan esas inquietudes, esos proyectos y proposiciones. Está ahí, aunque no la veamos. Nace del interior de cada uno de nosotros, de lo más profundo del propio átomo, de los haces de energía que componen nuestra propia expresión.

Sí. Lo dice la propia ciencia. Somos vacío. Lo material que nos envuelve es algo que llegó después de que ya algo vibrara y nos nombrara. En lo más profundo de todo lo que somos, lo único que existe es la vibración de haces de energía. Nada más, la vibración de la vida.

Probablemente no lo hayamos sentido nunca como lo hemos sentido en estos meses, esa necesidad de elevar el volumen de un aparato de música en mitad de la calle, pararlo todo, cantar, abrazar, besar y gritar la posibilidad de que todo vibre más fuerte, si cabe, que cuando vibraba antes de la pandemia.

Nunca hemos sentido con tanta necesidad el abrazo a la llegada de un amigo en la barra de un bar, o cantar abrazados en mitad de un concierto, o reunirnos y bailar al oscurecer del día en cualquier playa, o poder dejar que esa parte física y material de la que estamos compuestos a partir de la vibración de la que llegamos, sea el instrumento que haga sonar cómo sentimos la vida.

La pandemia, aunque nos cueste reconocerlo, nos ha enseñado a mirar dentro de nosotros.

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