En Tiempos de Aletheia

Notas acerca de las clásicas dificultades que conlleva el proceso de traducción de textos poéticos

Parecería supernumerario indagar las razones por las cuales la operación de traducción es tan apasionante. Creemos que, con mayor razón, ello resulta válido en la traducción de textos poéticos. Ricardo Piglia nos motiva en ese sentido, al afirmar que para traducir un texto se requiere la lectura más profunda del mismo, pues se deben desentrañar al máximo las claves de las que un poeta se sirve para transmitir su pensamiento o sentimiento. En nuestras palabras, mirado de esta manera bajo la guía del eminente erudito argentino, la traducción poética aparece como una operación intelectual de importancia superlativa, desde que comprueba ser un camino, aunque por cierto no el único, no solo para una comprensión profunda del texto original, sino que también para su apreciación en el más amplio sentido: desde que resulta necesario agregar a la fase racional y metódica, una lectura o mirada intuitiva, sensible, sin la cual el proceso traductor de un poema difícilmente habrá de prosperar, el traductor se convierte, necesariamente, en un lector egregio, difícil de comparársele. Octavio Paz recomendaba que no fuera poeta el traductor de poesía, pues por naturaleza, un poeta ha de abrevar en un texto ajeno para generar a partir de allí el suyo propio. Sin embargo, pensamos que hay algunos casos de buenos poetas que a la vez fungen como destacados traductores, con tal de cuidar que la actitud sea la adecuada a cada caso, es decir, que el poeta sea capaz de abandonar su disposición de crear poesía, pero no su disposición de crear, desde que el acto de traducción, en sí, es también un acto de creación.

En artículos anteriores también publicados en En tiempos de Aletheia, hemos destacado el aporte de los grandes teóricos de la traducción, por ello no consideramos necesario reiterar lo ya dicho. Sin embargo, remitiremos a ellos siempre y cuando se condiga con el objetivo del presente artículo: poner de relieve la traducción propiamente poética desde la perspectiva de los problemas que se presentan al traductor. Así, únicamente recordaremos que Lefevere intentó incluir en su manifiesto de los estudios de traducción en 1976 que el objetivo de estos es aportar una teoría comprensiva a ser usada como guía para la producción de traducciones concretas y que, alejándose de teorizaciones, son conformados por casos históricos, lo que es concordante con el último y más reciente de los grados de evolución descritos por Susan Bassnett en los años noventa, en orden a la preeminencia de los aspectos históricos en el proceso de traducción, pero hacia una autonomía de la traducción con respecto al original.

Concordante con lo dicho, Piglia –en su último período de actividad, durante la década recién pesada– enfatiza el rol de la tradición en el proceso de traducción, pues entendió, en general, que se debe ser capaz de construir la crítica y la reflexión sobre nuestra cultura a partir de aquello que forma parte de la tradición y, en ello, la traducción no era una excepción.

Para Piglia, el traductor escribe de nuevo todo el texto, sencillamente lo traslada a otra lengua, pero, al mismo, tiempo, está escribiendo de nuevo lo que lee y, además, lo interviene estilísticamente.

Así, nos quedaremos con que, de acuerdo con estos pensadores, en las últimas fases de los estudios de traducción fueron abandonados tanto el culto por la precisión –como algo propio de varios siglos anteriores– como también la inferioridad vis-a-vis del texto traducido respecto del texto original, con el consecuente servilismo y falta de autonomía de la traducción.

Para los efectos de la traducción propiamente poético, agregaremos en esta ocasión lo expresado por Predmore, para quien “every recurring image contributes to the coherence of the system”, es decir, cada palabra es una parte de un delicado tejido, de manera que es necesario conocer el sistema para la comprensión de un poema individual y, además, que para Andrew Benjamin la traducción de poesía rimada desde el inglés al castellano, exige que el estilo sea uno de los rasgos a tener muy en cuenta, pues, como afirma Andrew Benjamin, “style is inevitability linked to genre en therefore to the specific expectation of reading”.

La conexión entre estilo y traducción aparece planteada en Roustang, quien afirma que el estilo se refiere a la auto-representación del texto, es decir, se trata de una conexión que tiene que ver con el origen desde que implica el estatus de lo que será traducido.

Es interesante, a este respecto, consignar que Carmen Pérez Romero analizó las traducciones al inglés de Juan Ramón Jiménez, comenzando con sus aforismos, pasando luego a la prosa poética y luego a sus sonetos y, al respecto, anotó que “como puede comprobarse, en esta serie de razonamientos que representan los aforismos, no se perciben grandes dificultades a la hora de verterlos a la lengua inglesa…la verdadera dificultad que encierra la traducción de los textos poéticos va in crescendo desde la prosa poética, pasando por el verso libre, hasta llegar al de máxima dificultad, el verso rimado.

El criterio para abordar la traducción de poesía, en el caso de esta especialista, contempla, como primer aspecto a considerar, las referencias culturales que, o se pierden en el proceso traductor o pueden hacer que sea más bien este el que se pierde; luego, contempla términos de imposible traducción o de carácter ambiguo; y, por último, la pérdida de recursos estilísticos significativos.

En cuanto a la pérdida de recursos estilísticos significativos, aspecto que resulta a primera vista preponderante en relación a los demás, la autora señala que, si en definitiva aquéllos no se mantienen al traspasarse a la lengua de llegada, privan al lector de la posibilidad de algo que podría ser esencial en la comprensión del poema. Ahora bien, no siempre es posible conservar un recurso gramatical o estilístico y, a veces, los traductores simplemente no lo consideran necesario, como ocurre en el típico caso en que el original contiene un quiebre gramatical que, si se elimina al traducir, aparentemente nada se pierde. Con todo, Carmen Pérez Romero sostiene que el propio género impone una disciplina a la traducción, debiendo el traductor aceptarla desde la forma.

Por su parte, para Alicia Silvestre Mirales no existe la traducción poética perfecta, desde que la traducción es una modificación de la verdad puesta en el original, y no puede reproducirlo, por definición. Alguna pérdida habrá; la rima, el sentido del humor, la ironía o acrimonia, el doble sentido. No cabe buscar la palabra exacta, sino conservar ese algo, en la mayor medida posible. Esta autora ha propuesto una especie de orden de prelación, decreciente, del sacrificio: el significado, el ritmo acentual, la rima, la rima interior, las figuras literarias.

El contexto en que la obra fue creada, por ejemplo, la vida y obra del autor, son de suma relevancia para esta autora, lo que se encuentra en perfecta correlación con lo expresado al comienzo de este artículo en relación con la preponderancia creciente del elemento histórico en los estudios de traducción. Luego plantea Silvestre Mirales, habrá de concurrir el análisis filológico que se detenga en los diferentes significados de cada palabra en que el texto aparece. Y finalmente, un análisis gramatical, exhaustivo del texto.

A la hora de seleccionar los vocablos –continúa– es preciso que el traductor sea capaz de reanalizar la mayor cantidad de palabras que aparecen en el poema, y desmenuzar el universo semántico de cada una en ambos idiomas. Idealmente, resultará conveniente conocer las asociaciones que puede provocar en la mente de un lector nativo, de manera que el resultado traducido conserve la mayor parte de esas asociaciones. Luego, debe entrarse en el análisis de lo connotativo, donde habrá que ir de lo general o lo particular, para poder traer a la traducción la palabra que más se aproxime al equivalente de la lengua de origen y mantener la sonoridad física, la escansión de los versos, el patrón tónico de la versificación, los dobles sentidos, las aliteraciones, etc.

Ahora bien, en cuanto trasladar el ingenio del poeta a otra lengua, afirma que, en general, el ingenio es de dos tipos: el que produce, en esencia, una poesía musical, donde predomina la forma sobre el fondo, pero considerando en ella un significado y figuras retóricas como un segundo plano frente al ritmo –que en traducción poética será el verdadero núcleo a preservar– y, por otro lado, el ingenio asociado a una poesía conceptual, que privilegia el fondo sobre la forma, donde la calidad intelectual predomina sobre el ritmo acentual y el resto de las características.

Octavio Paz, desde otro punto de vista, reconociendo la extremada dificultad de la traducción de textos poéticos, afirmaba su posibilidad, siempre y cuando se considerase que la traducción poética es una operación análoga a la creación poética, solo que se desdobla en el sentido inverso, pues así como el poeta trabaja con el lenguaje en movimiento, el traductor lidia con el lenguaje fijo de ese poema original, por eso este último no construye con signos móviles un texto inamovible, sino que desmonta los elementos del texto original y poner los signos nuevamente en circulación, devolviéndolos al lenguaje, inversamente a la manera en que opera el poeta.

Alicia Silvestre afirma que habrá al menos una primera interpretación de lo que el poema trae o denota, pero sin dejar de lado lo que ella llama “su lenguaje esencial”, lo que connota, energía fónica del poema, que se deposita en las palabras escogidas por el autor de un modo irrepetible. Y así como es menester observar, en esa primera tesitura intuitiva que se fija en la musicalidad en lugar de la comprensión, que los finales de cada verso, pero también en las palabras precedentes, examinando la fuerza semántica de ellas y su sonoridad para crear ecos o impactos en el lector.

Agregaremos, finalmente en estas breves notas, que la traducción de poesía más que consistir en trasponer equivalencias, debe buscar no filtrar sino permitir el paso de la polisemia de las palabras, siendo el traductor lector y hermeneuta al mismo tiempo, retomando la importancia del elemento histórico planteado al comienzo de este artículo, en términos de que las numerosas dimensiones de significado que son atribuidas a cada una de las palabras proceden de asociaciones históricas de las mismas, así como de asociaciones individuales del propio traductor.

Y es que, como afirmaba Bakhtin, el traductor debe tener como fin recrear la gramática del poema, o sea, su forma arquitectónica original.

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