En Tiempos de Aletheia

La vida de Hokusai, el anciano loco por dibujar

 

Hokusai nació en el otoño de 1760, el 31 de octubre. De acuerdo al calendario lunar japonés, el día 23 del noveno mes del año décimo (año del dragón) del periodo Horeki. Era originario del barrio de Warigesui, en el distrito de Honjō, a las afueras de la antigua ciudad de Edo, la actual Tokio, al este del gran río Sumida. Esta zona era parte del condado de Katsushika, y aunque Hokusai llegó a usar hasta veinte pseudónimos a lo largo de su vida (costumbre tradicional entre los artífices) a menudo adoptó como nombre familiar este topónimo, llamándose a sí mismo con complacencia “el aldeano de Katsushika”.

 

Se desconoce quienes fueron sus padres naturales, aunque es sabido que procedía de la familia Kawamura, y que vino al mundo con el nombre de Tokitaro (“hijo nacido el primero”). Sin embargo, de niño fue adoptado por Nakajima Iso, un artesano fabricante de espejos de la corte del Shogun, que cambió su nombre por el de Ichiroyemon. Se ha aducido que Hokusai podría haber sido el vástago ilegítimo de este artesano, que posteriormente le hizo legalmente heredero, si bien supone una contradicción observar que nunca fue atraído hacia el oficio familiar. Otra teoría arguye que era hijo de una concubina de Katsukawa Shunsho, su futuro maestro en el arte de la xilografía. Tras estas meras especulaciones cabe destacar que Hokusai sentía gran orgullo de su abuelo materno, un samurái del caballero Kira, en cuya defensa murió a manos de los legendarios cuarenta y siete ronin durante un funesto episodio del Japón del siglo XVII.

 

Hokusai declaró que a la edad de seis años era ya capaz de dibujar todo tipo de cosas. Ciertamente, desde muy niño hubo de demostrar habilidad en el dibujo, probablemente instruido por su padre en las facetas artísticas de su trabajo. Más tarde, llegada su primera adolescencia se empleó en una biblioteca de libros de préstamo. Tal vez allí, fascinado por las coloridas ilustraciones de las novelas populares, despertase su vocación hacia el arte del grabado. Hacia 1773 comenzó a aprender el oficio de xilógrafo en un taller. Durante este tiempo tomó el nombre de Tetsuzo, y puede mencionarse uno de sus trabajos de 1775, las seis últimas hojas de una novela humorística del escritor Sanchō.

 

A los dieciocho años fue admitido en el estudio de Katsukawa Shunsho (1726-1793), un reconocido artista especializado en la producción de estampas a color de gusto popular, sobre todo retratos de cortesanas y geishas (Bijin-ga) y actores de teatro kabuki (Yakusha-e). Era la primera inmersión de Hokusai en el “mundo flotante” del Ukiyo-e, la cromoxilografía japonesa, aunque al principio como aprendiz le fueron encomendados los proyectos más fabriles y destinados al mercado de masas, tales como panfletos, impresos de bajo precio y Kybioshi (pequeños libros que se vendían en las calles). En 1779 publicó sus primeros trabajos, que fueron asignados al maestro de acuerdo a la usanza. Eran invitaciones para el teatro kabuki un tanto rudamente talladas que ya denotaban la absorción del estilo de la escuela. Hokusai hizo durante este periodo cientos de xilografías, si bien apenas han sobrevivido unas pocas sin mucho valor artístico que al menos nos suministran una idea de su trabajo temprano. Pasado un tiempo desarrolló sus habilidades lo suficiente como para ganar el beneplácito de Shunsho, recibiendo permiso para utilizar un nuevo nombre basado en el del maestro. De este modo, por un lapso de tiempo sus obras subsiguientes, retratos de actores e ilustraciones para novelas populares y libros humorísticos, se designaron como de Katsugawa Shunro.

 

Durante ocho años Hokusai fue fiel al estilo la escuela, sin desarrollar verdaderamente su personalidad artística. Sin embargo, la curiosidad le llevó a saltarse las rígidas convenciones del Ukiyo-e para prestar atención a la pintura japonesa de la escuela Kano, incorporando nuevos elementos a sus creaciones. Su originalidad, empero, fue interpretada como un defecto por el anciano profesor. Se ha dicho que Shunsho le consideró un traidor y le expulsó sin contemplaciones, pero los cambios en el estilo de Hokusai debieron ir sucediendo como un proceso natural de absorción de otras tendencias, de modo que resulta más verosímil pensar que las discrepancias entre maestro y discípulo fueron enconándose hasta su definitivo despido, y la prohibición de utilizar nunca más el nombre Katsugawa.

 

De tal modo, en 1786 el joven inició una nueva andadura profesional como grabador libre de manierismos. Se centró principalmente en la ilustración de libros, utilizando los nombres de Sono y Goummatei. Asimismo, abandonó los retratos de actores de teatro kabuki y comenzó a interesarse por nuevos motivos, especialmente el paisaje.

 

Pero antes de continuar, hemos de referirnos a un incidente sucedido poco tiempo después de su expulsión, a causa de su trascendencia espiritual en el artista. Con su nuevo estilo misceláneo, Hokusai había firmado un póster para un comerciante que lo exhibía en su tienda. La estampa fue vista por Shunko, el discípulo más exitoso de Shunsho, quien reprochando al vendedor por atreverse a poner frente a la vista de todo el mundo una pieza tan mala, la rasgó en mil pedazos ante los ojos de Hokusai. Éste reconoció la crítica sin ninguna protesta, pero siendo ya muy anciano comentó a un amigo: “Si Shunko no me hubiera insultado, nunca me habría convertido en un gran artesano”.

 

En 1787 se adscribió al estilo de Sōri, un pintor coetáneo con el que compartía el gusto por la Escuela Tosa, hasta el punto de trastocar su nombre artístico por el de Hishigawa Sōri. El último maestro de la escuela Tawaraya había sido precisamente Sōri, y posiblemente Hokusai se había integrado en este clan, todavía prestigioso, pero en franco declive. De cualquier forma, estas imitaciones y devaneos comprometieron tan gravemente su modo de ganarse la vida que durante un tiempo se vio obligado a abandonar su profesión para subsistir vendiendo por la calle pimientos rojos y calendarios. Ocurrió que un día, cuando estaba así empleado, vio a su viejo maestro Shunsho aproximándose, pero por vergüenza a ser descubierto en estas condiciones le evitó entre la multitud. Su miseria continúo hasta la primavera del año siguiente, cuando un encargo imprevisto le devolvió la esperanza. Se trataba de pintar una imagen del demonio Shōki en una pancarta para el Gran Festival de Chicos que siempre tenía lugar el quinto día del quinto mes. Fue remunerado con dos ryo de oro, una cantidad considerable que le dio por una vez relativa prosperidad. A partir de entonces se reavivó su ánimo y prometió no volver a renunciar a la carrera artística. Cuando la necesidad le acuciaba, para ganar algo de sustento sin incumplir su promesa utilizaba el siguiente recurso. Proponía a una persona que dibujara formas y garabatos en un papel, y entonces las conectaba para crear bonitas y sorprendentes imágenes. El precio de este arte de “hazlo tú mismo” era solo la cantidad de arroz que la persona pudiera ofrecer.

 

Así pues, es desde 1789 que se aplica al arte con mayor vehemencia, trabajando industriosamente día y noche. Por su destreza el maestro Kano Yusen le escogió, junto a otros artistas, para colaborar en la restauración del templo de Nikko. Sin embargo, aquí hubo de recibir otra dura lección. Yusen había elaborado un dibujo para complacer al guardián de una posada donde el grupo se hallaba descansando. El boceto mostraba un niño tirando al suelo frutas desde un árbol con un palo de bambú. Hokusai lo examinó y comentó a un compañero que el maestro podría haber tenido una idea mejor porque, aunque el palo alcanzaba más allá de la fruta, había dibujado al niño de puntillas. Yusen escuchó la crítica y entrando en cólera replicó sonoramente a Hokusai no haberse percatado de que su intención era representar precisamente a un niño torpe. Y con esta excusa le despidió.

 

Hokusai volvió a Edo y continuó trabajando. Posiblemente se había casado en torno a 1781, pero hacia los treinta años hubo de sufrir la pérdida de su esposa, dejándole un hijo y dos hijas, si bien hacia 1797 volvería a casarse. A comienzos de la década de 1790 experimentó cierto éxito con la ilustración de las novelas de Bakin, un escritor con quien mantuvo una relación duradera. Fue progresando en el estilo de Tōrin y Hiroyuki, pintores de la escuela Tosa, y paulatinamente se fue especializando en la producción de Surinomo, tarjetas elegantes en edición limitada y de gran calidad que se utilizaban en las fiestas y ocasiones especiales, con lo que fue ganando prestigio.

 

Durante este periodo trató todos los tipos del arte Ukiyo-e, desde los mencionados Surinomo a libros históricos, didácticos o eróticos, pasando por los grabados iluminados a mano, e incluso realizó pinturas. Tuvo un especial éxito con la ilustración de un popular Kibioshy llamado El lenguaraz gorrión. De entre 1792 y 1796 se consignan pocas producciones suyas, y se le cree consagrado al estudio de técnicas artísticas. En efecto, asimiló ciertas reglas de perspectiva con la ayuda de su amigo Shiba Kokan, que había conocido métodos europeos en Nagasaki a través de un libro holandés, y comenzó a reflejar influencias del arte de la dinastía Ming que pudo haber conocido a través de guías populares chinas. Se ha llegado a relacionar su relativa ausencia de la escena artística con la efímera aparición del autor de retratos Sharaku, quien afloró solo de 1794 a 1795. Sin embargo, el retrato (Okubi-e) era un tema que había abandonado conscientemente, evitando la competencia con Utamaro. Y aunque Hokusai abarcaba una amplia gama de temas, el género que más le interesaba era el paisaje y las escenas históricas donde la figura ocupa un papel secundario.

 

El año 1796 marcó el año del dragón y con él renació llevando el sobrenombre de Hokusai Shinsei, que quiere decir “resplandor en la constelación del norte” (La Osa Mayor). Escogió este apelativo a propósito de un nuevo estilo más influido por los grabados en cobre europeos que se introducían en el país por contrabando, y también por ser miembro de la secta budista Nichiren, que asociaba la Osa Mayor con la deidad Myōken, que el artista veneraba especialmente. Shinsei significa relámpago, y lo añadió pensando en legarlo a un discípulo, y así competir con los de otros artistas como Raito y Raishin, ambos asociados a la palabra Raiy, trueno.

 

Este cambio de nombre marca el inicio de la edad de oro de su trabajo, pues con la entrada del siglo XIX comenzó su época más fecunda. Como estrategia comercial distribuyó entre amigos estampas con información de calendarios, llamadas Egoyomi, y Surinomos en honor al Año Nuevo, obteniendo así bastante éxito. De tal modo, la reputación de Hokusai empezó a propagarse, encontrando un filón entre los marchantes holandeses que comerciaban en Nagasaki y visitaban Edo por intervalos. Consecuencia de estas conexiones es un episodio revelador sobre el carácter personal del artista. Un capitán de un buque mercante holandés le encargó pintar dos rollos (Makimono) representando escenas de la vida cotidiana de los hombres y mujeres japoneses. Se concertó un precio y desde otro barco un doctor encargó dos trabajos similares. Al tiempo, los rollos fueron entregados al capitán, que los pagó sin demora. En cambio, el doctor quiso regatear al recibirlos y rebajar el precio. Hokusai atravesaba por entonces severas estrecheces económicas, pero se sentía demasiado orgulloso para tolerar aquel trato y rechazó entregar su trabajo por menos de lo convenido. Al regresar a casa, su mujer le reprochó el no haber aceptado el dinero que le daban, a la vista de que en Japón esos rollos no valían tanto, y nadie los compraría. Hokusai contestó que tratando con extranjeros era especialmente necesario respetar las condiciones de los negocios, o pensarían que un japonés cuando dice una cosa significa otra. Cuando el capitán supo del incidente adquirió él mismo el segundo par de rollos. Se dice que este capitán llegó a comprar cientos de ilustraciones de Hokusai, enviándolos a su casa en Holanda. De cualquier modo, pasado un tiempo el gobierno del Shogun prohibió continuar estas actividades comerciales por temor a que los secretos de las defensas del país pudieran aparecer revelados en los grabados.

 

Hokusai comenzó a recibir encargos importantes en los que derrochó imaginación. En la primavera de 1804, con ocasión de un festival en el templo le fue encomendado realizar a escala, en base a la pequeña ilustración de un pergamino, una enorme figura de Dharma, el patriarca del budismo Zen. Por entonces habían llegado a sus oídos algunas críticas de adversarios que le calumniaban aduciendo que no era capaz de pintar más que diminutos monos. Herido en su amor propio, declaró que, si el talento se media por el tamaño de las obras, él haría la pintura más grande vista por un hombre.

 

Sobre un suelo cubierto de paja de arroz se extendieron tres gigantescas hojas de papel fabricadas expresamente para la ocasión, resultando medir el conjunto ciento noventa cinco metros cuadrados. Hokusai se valió de varias brochas (de las cuales la más fina era similar a una escoba) empapadas en cubos de tinta para distribuir el color por aquí y por allá, ante los ojos de una sorprendida multitud. El tema era el venerable Dharma, del que dice la leyenda japonesa que se mantuvo sin dormir durante nueve años, entregado a la meditación ascética, y estando acosado por el sueño, antes que rendirse prefirió cortarse los párpados, que al caer germinaron transformados en la planta del té.

 

Hokusai finalizó antes del atardecer y el resultado solo podía ser apreciado desde el techo del templo, o por aquellos subidos en escaleras. Sus pupilos suspendieron la obra en un stand de bambú preparado por adelantado, pero incluso entonces la mitad del busto del famoso santo quedaba todavía en el suelo. Se dice que el arco de la boca era como un portón a través del cual podía pasar un caballo, y que un hombre podría haberse sentado en uno de sus ojos. Tras este triunfo Hokusai pintó otras figuras en escalas colosales, destacando las de los siete dioses de la buena fortuna, y la del gordo dios Hotei. Para esta última utilizó un pincel fabricado con cinco sacos de paja, y el espectáculo no solo consistía en el instrumental sino en los procedimientos, pues pintaba con palos, escobas o directamente con las manos, ora con la izquierda, ora con la derecha, de un lado al otro y desde arriba hacia abajo. Fiel a la realidad o quizá parte de la leyenda que envuelve a este personaje, la historia es complementada con otra que apunta que para terminar de demostrar sus facultades decidió elaborar la imagen más pequeña del mundo, dibujando dos gorriones sobre la superficie de un grano de arroz.

 

Con estos trucos ganó tanta fama que -en un hecho sin precedentes para un pintor originario de la clase artesana- se le concedió el honor de mostrar sus habilidades ante el Shogun Iyenari, en una suerte de competición con el artista Bunchō. Tras dibujar algunos temas ordinarios de flores, pájaros y paisajes, se le mandó decorar la puerta de un templo de Dempo-ji. Hokusai le quitó las bisagras y la tumbó en un patio. Con una brocha trazó las azules ondas de un río y entonces, mojando las patas de un gallo en pintura anaranjada, permitió que caminara sobre el diseño. A la vista de los congregados la imagen apareció de repente identificable: el río Tatsuta en otoño, con hojas de arce flotando sobre su cauce. Bunchō se reconoció en seguida derrotado y desde entonces la notoriedad de Hokusai quedó establecida ante los ojos de la gente.

 

En adelante comenzó a adentrarse en nuevas direcciones. Incrementó su uso de la perspectiva, el claroscuro y el colorido, dando una mayor ilusión de espacio en el paisaje. Son importantes en esta época sus tres volúmenes de “Vistas de las dos orillas del rio Sumida”. Realizó otras innovadoras series de panoramas de los alrededores de Edo en las que se realzaban aspectos propios de las escenas paisajísticas occidentales. Añadió marcos decorados y no solo comenzó a señalar el título de cada xilografía, sino que escribía su firma horizontalmente.

 

Por otro lado, estuvo activamente ocupado en la ilustración de novelas, llegando a producirse una evolución en su estilo. En ocasiones estas novelas se publicaban en números por largos periodos, algunas por más de treinta años. Hokusai experimentó con nuevos elementos de la iconografía china alejándose un tanto de los temas tradicionales del Ukiyo-e. Y aunque tal vez perdió algo de delicadeza, sus obras contribuyeron en muchos casos al éxito de la novela, especialmente las históricas (Yomihon). Se familiarizó con el mundo de los poetas y en los eventos culturales a que era invitado realizaba, casi improvisadamente, pinturas en colores luminosos para acompañar poemas de los escritores congregados. Ya hemos mencionado su amistad con el novelista Bakin. Con él colaboró hasta en diez ocasiones, por ejemplo, en obras como Los ciento ocho héroes. Sin embargo, los dos tenían personalidades muy dispares y discutían constantemente. Posiblemente Bakin era demasiado engreído para el temperamento voluble de Hokusai, y tras un enfrentamiento violento concluyó su relación.

 

No fue muy distinta la discrepancia que en 1810 mantuvo con el actor de teatro kabuki Onoye Baiko, todo un ídolo popular por su carisma en la representación de fantasmas. Éste ordenó que le fuera encargado a Hokusai un diseño para un nuevo tipo de fantasma, y al no obtener respuesta fue personalmente en su busca. Hokusai desdeñaba la clase de los actores y con toda probabilidad estaba ofendido por la forma de la petición. Cuando el actor entró en su casa lo encontró trabajando rodeado de tanta pobreza que para no ensuciarse desplegó ostentosamente un paño antes de tomar asiento. De esta manera quiso entrar en conversación, pero Hokusai le trató con despectiva indiferencia, ignorando su presencia hasta que Baiko hubo de retirarse indignado. Sin embargo, de alguna forma recapacitó y a los pocos días presentó una completa disculpa, la cual fue aceptada.

 

Hacia 1812 murió su hijo mayor. La tragedia suponía, por lo demás, perder unas importantes rentas correspondientes como heredero de los Nakajima, su familia de adopción. Es muy posible que buscando discípulos que a la par le sirvieran como protectores se centrara desde este momento en la configuración de libros didácticos con imágenes para aprendices. En esto tuvo un éxito limitado, pues Hokusai no llegó a fundar una escuela propiamente dicha, aunque sí tuvo muchos seguidores. Entre 1810 y 1814 escribió sus primeros manuales, investigando especialmente sobre el paisaje. En 1812, después de una vista de seis meses a Nagoya concretó la que sería su creación más representativa: el Mangwa, repertorios de bosquejos caprichosos muy expresivos. Llegó a publicar quince tomos y constituyen uno de los trabajos más trascendentes del artista. En los años posteriores hizo viajes a Kishiu, Osaka y Kioto, capital del Mikado, donde no tuvo demasiado éxito a causa de la preferencia por estilos más tradicionales de pintura. Finalmente regresó a Edo, donde continuó su trabajo sin incidentes. En 1820, año del dragón, volvió a elaborar Surinomo y a ilustrar libros de poesía. Muy importante fue el trabajo de treinta y seis estampas diseñadas para acompañar una selección de poemas sobre conchas, donde cada grabado representaba una venera en forma de abanico. También en esta década realizó unos grabados de paisajes considerados de lo mejor de su producción: las cascadas, los puentes y las series de pájaros y flores.

 

En 1827 su segunda esposa murió y él enfermó de apoplejía. La enfermedad derivó en una parálisis intermitente en el brazo izquierdo que al parecer él mismo se curó gracias a una receta china –limones hervidos en sake- hallada en un viejo tratado medicinal. Otras situaciones familiares le afligían, pero superando todos los obstáculos alcanzaría el punto culminante de su arte con la publicación de las Treinta y seis vistas del monte Fuji, entre 1826 y 1833, que marcó un hito en la impresión japonesa de paisajes. No olvidemos citar otros proyectos de importancia, como aquellos tres tomos dedicados -un tanto obsesivamente- a Cien vistas del Fuji, y otra colección antológica de cien poemas clásicos donde anuncia que su nuevo pseudónimo será Manji, que significa “felicidad eterna”. Este nombre quedará asentado al ilustrar su siguiente publicación: Cien poemas explicados por una nodriza.

 

 

Treinta y seis vistas del monte Fuji.

 

 

Hokusai tenía cinco hijos de sus dos matrimonios. Uno era un holgazán que le causó un sinfín de problemas y heredó el negocio de espejos de los Nakajima. Otro era un modesto funcionario. Su hija mayor se casó con su discípulo Shigenobu, de quien terminó separándose. Tuvieron un hijo que con el tiempo se convertiría en un libertino imposible de enderezar, que en ocasiones transgredió la ley hasta el punto de obligar a su abuelo a huir y esconderse en la localidad de Uraga. Otra hija de Hokusai murió joven. Finalmente, Oyei, la hija menor, era una talentosa pintora que se había casado con un artista menor, pero rompió el matrimonio y retornó junto a su padre, con quien permaneció hasta el final de sus días, si bien no le sobreviviría mucho tiempo. La verdad es que Hokusai fue un artesano esforzado, pero nunca supo administrar bien sus ganancias. En ocasiones se mostraba tan despreocupado por los temas económicos que ni contaba lo que le pagaban por sus encargos. Vivió siempre en circunstancias modestas y sin poseer una casa en propiedad. Solía alquilar una vivienda cuando la anterior estaba tan sucia y desordenaba que le impedía trabajar, o bien cuando las deudas y los acreedores le desbordaban. Como resultado se mudó de casa al menos unas noventa y tres veces en toda su vida.

 

 

Cien poemas explicados por una nodriza

 

 

Entre 1831 y 1832 permaneció en Shinano, hospedado por un mercader de vino admirador de su obra. Entre 1834 y 1835 se estableció en Uraga a causa de las fechorías de su nieto, y allí estuvo viviendo a escondidas con el nombre falso de Myuraya Hachiyemon. Si algún negocio importante requería de su presencia en Edo, volvía a la capital en secreto. En la temprana biografía de Hanjuro Lijima titulada Katsushika Hokusai Den (1893), se reproducen algunas cartas escritas desde Uraga, en las cuales evitando siempre hacer constar su dirección relata sus privaciones y tristezas. En otoño de 1836 regresó a Edo, durante un periodo de crisis y hambruna. La publicación de grabados estaba paralizada, casi no había demanda de obras de arte y solo pudo sobrevivir a costa de grandes esfuerzos, intercambiando dibujos originales por pequeñas raciones de arroz y luego retratando en el campo. De este modo se mantuvo hasta que, en 1839, cuando contaba 79 años, un incendio devoró su casa destruyendo una valiosísima cantidad de estudios y pinturas conservados desde su más temprana juventud. Solo se salvaron unos cuantos pinceles. Pero el indomable anciano alquiló otra casa con un crédito y se aferró al trabajo con más furia y entusiasmo que nunca.  En estos momentos difíciles, cumpliendo con una superstición, se habituó a dibujar cada día al mítico león Shishi para protegerse de la mala suerte. Año tras año continuó con su incesante actividad, y aunque no logró salir de la pobreza al menos parece que la necesidad no volvió a amenazarle.

 

El centro de su vida radicaba en la ilusión de que estaba avanzando como artista, y para alcanzar las más grandes aspiraciones nunca consideró la edad como un impedimento, sino más bien todo lo contrario. Así pues, en un célebre texto del prefacio a las Cien vistas del Monte Fuji, escrito a los setenta cinco años, leemos:

 

Desde los seis años tuve la manía de dibujar la forma de las cosas. A los cincuenta había producido gran número de dibujos, pero antes de los setenta no hice nada que mereciera la pena. A los setenta y tres creo haber adquirido algún conocimiento de la estructura verdadera de los seres naturales, animales, plantas, árboles, pájaros, peces e insectos. Creo que cuando cumpla los ochenta habré progresado notablemente. A los noventa alcanzaré el misterio de las cosas; a los cien haré una obra asombrosa, y a los ciento diez cuanto dibuje, aunque solo sea una línea, poseerá el soplo de la vida. A todos quienes van a vivir tan largo tiempo les hago la promesa de mantener mi palabra. Estoy escribiendo esto en mi vejez. Yo solía llamarme Hokusai, pero hoy mi firma es Gwakyō Rōjin Manji, el anciano loco por dibujar.

 

Hacia 1842 dejó de lado el trabajo con xilografías e ilustraciones de libros para centrarse en la pintura. En este entonces remitió a uno de sus editores varias páginas de dibujos en un álbum acompañadas de una carta donde decía:

 

Los bocetos en este volumen fueron hechos cuando yo tenía unos cuarenta o cuarenta y un años. Un buen número de ellos son simples copias de dibujos ya publicados. Tras todos estos años, algunos podrían ser rehechos para publicarse. El resto –sonríe si quieres- deben ser tenidos como trabajos inmaduros del pasado. Cordialmente, Hachiemon-Manji a los 83 años.

  

Esta carta estaba sujeta a su autorretrato como anciano. Es sorprendente notar que sus características son casi idénticas a aquellas pinturas dedicadas a Raiden, el dios del Trueno, hechas en 1847, y a cierto dibujo de Shishi, el león chino.

 

En 1848 efectuó su última mudanza, dejando el barrio de Honjō por una casa cerca del monasterio de Enshō en la zona de Asakusa, en Edo. En la primavera del año siguiente cayó enfermo y pronto se convirtió en un caso sin esperanzas. Sus alumnos y amigos trataron de hacer lo posible por facilitar sus últimos instantes. Sin embargo, a pesar de todas sus vicisitudes, Hokusai tenía un enérgico deseo por la vida. Así lo revelan sus últimas palabras dirigidas a su hija Oyei, que según la tradición fueron las siguientes:

 

 Si el cielo pudiera haberme prestado solo diez años más… Si el cielo me hubiera dejado cinco años más, yo podría haber llegado a ser un verdadero pintor.

 

Murió el 18 del noveno mes del año segundo de Kayei (10 de mayo de 1849), a los ochenta y nueve años (noventa si contamos al modo japonés, donde al nacer los niños ya tienen un año). Se cree que efectuó alrededor de 30.000 trabajos, incluyendo pinturas, xilografías, libros de imágenes, mangwa, ilustraciones de diversos géneros y bocetos. Finalmente supo afrontar su destino con cierta jovialidad, como se demuestra en una de sus últimas cartas dirigida a un amigo:

 

El Rey Yemma de las regiones infernales es un viejo retirado de los negocios y se ha construido una bonita casa en el campo. Me ha preguntado si quería ir y pintar una imagen para él. Así que ya estoy saliendo y voy a llevar mi dibujo conmigo. Voy a alquilar un estudio en la esquina de la Calle del Infierno. Seré feliz de verte cada vez que pases por ahí.

 

Para sorpresa y envidia de sus vecinos, el funeral fue acompañado por varios Daimyō (potentados y nobles), además de una gran multitud de seguidores y amigos. Sus restos fueron enterrados en el cementerio del monasterio de Sekiyōgi, en el barrio de Honjō, donde había pasado muchos años de su vida. Recibió el nombre budista de Shinshi: “Hombre de Sinceridad”, y en su lápida se talló el epitafio:

 

Tumba de Gwakyō Rōjin Manji

(el anciano loco por dibujar), de la familia Kawamura.

Aquí yace Hokusai, de la provincia de Shimosa.

Famoso artista, hombre honesto.

 

 

 

Hokusai. Autorretrato.

 

José Luis Crespo Fajardo

Universidad de Cuenca (Ecuador)

Luisa Pillacela Chin

Universidad de Salamanca (España)

 

 

Referencias

 

FORRER, Matthi: Hokusai. Ed. Kliczkowski, Madrid, 2002.

GOBBI, Pietro: HokusaiI (Edo 1760 – 1849) Le Cento Vedute Del Fuji. Catálogo de la exposición Fugaku Hyakkei, L’arte Antica, Torino, 2005.

HOLMES, C.J.: Hokusai. Longsmman Green & Co. Nueva York, 1901.

LONGSTREET, Stephen: The Drawings of Hokusai. Borden Publishing Company, Alhambra, California, 1969.

MATSUMOTO, Kaoru: Cézanne and Hokusai: The Image of the Mountain. Department of Art History, McGill University, Montreal, Quebec, Canada. 1993.

STRANGE, Edward: Hokusai. The old man mad with painting. Sieglen Hill & Co., Londres, 1906.

YONEMURA, Ann: “Drawings show unparalleled virtuosity”. The Nikkei Weekly. Febrero, 2006.

 

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