En Tiempos de Aletheia

Estudio crítico sobre la traducción de los poemas “Galope muerto” de Pablo Neruda y “La parábola de los ciegos” de William Carlos Williams. PARTE I

Teniendo a la vista el hecho indesmentible que, en materia de traducción, los nombres de Susan Bassnett, Ricardo Piglia, Octavio Paz y Walter Benjamin son de la mayor relevancia, en este estudio haremos una revisión de algunos de los conceptos que cada uno de ellos aportó y los ejemplificaremos valiéndonos de dos casos de traducción de poesía, particularmente, de los poemas “Galope muerto”, del libro Residencia en la Tierra, del poeta chileno Pablo Neruda y “La parábola de los ciegos”, que integra el libro Poesía Reunida perteneciente al poeta norteamericano William Carlos Williams.

En el caso de Bassnett, tal como sugiere el título de su artículo “Desde la Literatura Comparada hasta los Estudios de Traducción”, esta autora pone en contraste ambas disciplinas, destacando que la relación entre ellas es compleja y remarca que, conforme a la historia de los estudios de traducción, podemos distinguir tres etapas. La primera de ellas, muy influida por los denominados polisistemas, evidenció los desafíos para establecer un discurso propio para la traducción, con fuerte oposición a la teoría tradicional de la traducción, donde rigió sin contrapesos la teoría de las equivalencias; por el contrario, afirma Bassnett, el polisistema indica que los sistemas no están jamás situados idénticamente, sino asimétricamente, por lo que reconocen la jerarquía entre los sistemas de partida y de llegada, la superioridad e inferioridad de un texto o de un sistema literario. La segunda fase de los estudios de traducción se preocupó más bien de trazar patrones de la actividad de traducción en distintas épocas, concentrando su énfasis en el sistema de llegada, aunque avizorándose el inicio de la importancia de la investigación histórica. En esta segunda etapa se abandona el estructuralismo propio de los polisistemas y se adhiere a los estudios postestructuralistas de traducción, abriéndose paso al uso del lenguaje figurado por parte de los traductores, así como el empleo de metáforas para describir patrones de pensamiento.

Y, en la tercera etapa, que tiende a abandonar el postestructuralismo, concibe la traducción como un proceso de manipulación textual, impregnado del concepto de pluralidad, abandonando la fe incondicional al texto fuente de la traducción y de la preeminencia del original. Dentro de esta tercera fase tenemos por ejemplo a André Lefevere, con su teoría de la traducción como reescritura, según la cual la traducción debe ser vista como una estrategia literaria que permite descubrir los cambios en el sistema literario de llegada, esto es, de recepción de la traducción, donde resulta decisivo el aporte de la historiografía y la antologización.

Y si la teoría de los polisistemas en los 70, dice Bassnett, introdujo la ideología en los estudios de traducción, Lefevere intentó incluir en su manifiesto de los estudios de traducción en 1976 que el objetivo de éstos es aportar una teoría comprehensiva a ser usada como guía para la producción de traducciones concretas y que, alejándose de teorizaciones como el neopositivismo e incluso la hermenéutica, son conformados por casos históricos.

Quince años más tarde, ya en los noventa, la misma Bassnett de manera conjunta con Lefevere, confirmaron tales afirmaciones a la luz del enorme desarrollo de la disciplina en el período inmediatamente anterior.

Nos quedaremos con que, en esta última fase, finalmente, fueron abandonados tanto el culto por la precisión –como algo propio de varios siglos anteriores– como también la inferioridad vis-a-vis del texto traducido respecto del texto original, con el consecuente servilismo y falta de autonomía de la traducción.

Ricardo Piglia, por su parte, el año 2017, poco antes de su fallecimiento, sostuvo no solo la importancia sino la centralidad de la labor del traductor, quien por su posición extremadamente concreta con respecto al texto que traduce es, en concepto del gran escritor y académico argentino, un lector privilegiado como ningún otro y, en tal virtud, capaz de una lectura que logre captar en forma muy precisa el sentido presente en el texto. Piglia enfatizó el rol de la tradición en el proceso de traducción, pues entendió, en general, que se debe ser capaz de construir la crítica y la reflexión sobre nuestra cultura a partir de aquello que forma parte de la tradición y, en ello, la traducción no era una excepción. Y por tradición, Piglia entendió el contexto de la lectura, el lugar desde el que se lee, el espacio de textos, de cultura de relaciones, a partir de los cuales leemos el resto de la literatura pues, siempre y en todo caso, leemos desde un lugar situado y no universal ni abstracto. Y es precisamente ese lugar “desplazado”, decía Piglia, el que nos permite un tipo de lectura, de percepción, que muchas veces produce relaciones nuevas y nuevos modos de ver.

Ahora bien, la noción de traducción, para este autor, corresponde a escribir una lectura, pues el traductor escribe de nuevo todo el texto, sencillamente lo traslada a otra lengua pero, al mismo, tiempo, está escribiendo de nuevo lo que lee y, además, lo interviene estilísticamente, como ocurre con el clásico ejemplo de la traducción que hizo Borges a Las palmeras salvajes, de Faulkner, donde el estilo equilibrado de Borges no solo pugna, en el proceso de traducción, con el estilo caótico del extraordinario narrador norteamericano, sino que en definitiva, para utilizar una expresión del citado André Lefevere, Borges “manipula” el texto original con toda intención, libertad y autonomía, llegando, incluso, a emplear una frase propia, “repechó la ribera fangosa” –  utilizada por él en otro de sus textos ( “Las ruinas circulares”) -, en lugar de haber usado tantas fórmulas que el español contiene para dar a entender que el bote en que navegaba el protagonista tocaba la rivera embarrada.

El otro rasgo que destaca Piglia, tal como se observa en la traducción de Boudelaire a la obra de Poe, es la creación de contextos de lectura novedosos que se abren con la traducción, pues Boudelaire lo lee, al traducirlo, como un escritor conceptual, reflexivo y constructor de hipótesis, de manera que, independientemente si Poe fue un escritor con tal carácter, lo central es que el notable escritor francés la puso de relieve, la destacó en relación a otros rasgos sin duda presentes dada la complejidad de Poe.

Hay, entonces, en Piglia, una recepción de la tercera fase de los estudios de traducción según revisamos en Susan Bassnett, pues plantea la noción de la traducción como reescritura del original y, más aún, con intervención o manipulación del mismo. Y, para completar la mirada de Piglia respecto del fenómeno de la traducción, la cual sin duda considera otros elementos como la relación entre estilo y traducción, entre traducción y construcción de sentido, divulgación de pensamiento y otras funciones que la traducción desempeña,  las que escapan a las posibilidades de este artículo, acotaremos simplemente, a modo de síntesis, lo que él mismo planteó en su texto “Tradición y traducción”: “La historia de las traducciones corresponde a la historia de las incorporaciones y de las apropiaciones que una literatura hace de corrientes y tradiciones externas. Las traducciones nunca son inocentes y siempre están ligadas a una demanda del presente. Siempre hay algo que se pierde en una traducción, pero también hay algo que no se pierde, y el efecto que produce la lectura de una traducción persiste más allá de la pertenencia que tiene el texto”.

Ahora bien, en cuanto a Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura 1990, en su texto “Traducción: Literatura y Literalidad”, se refiere específicamente al tópico de la traducción de la poesía y si bien problematiza incluso la posibilidad de esta actividad, en definitiva admite que, bajo una determinada modalidad, esta resulta posible, de manera que, en este sentido, lo más interesante de su mirada corresponde justamente a este modo en que debe trabajar el traductor de poemas para llevar a efecto adecuadamente su labor.

Así, diremos que, en el texto citado, Paz parte de la premisa de que, en sus propias palabras, “la traducción refleja estos cambios –a la búsqueda religiosa de una identidad universal sucede una curiosidad intelectual empeñada en descubrir diferencias no menos universales–: ya no es una operación tendiente a mostrar la identidad última de los hombres, sino que es el vehículo de sus singularidades. Su función había consistido en mostrar las semejanzas por encima de las diferencias; de ahora en adelante, manifiesta que estas diferencias son infranqueables, trátese de la extrañeza del salvaje o de la de nuestro vecino”. Así, concluye Paz, el sol que canta el poema azteca es distinto al sol del himno egipcio, aunque el astro sea el mismo. Pero la paradoja de la traducción moderna, anota este autor, estriba en que, a pesar de esas diferencias irreconciliables entre las diferentes culturas, ha aumentado la vigencia de la traducción pues, en su concepto, por una parte, la traducción suprime las diferencias entre una lengua y otra, pero, por otra parte, las revela más plenamente: gracias a la traducción nos enteramos que nuestros vecinos hablan y piensan de un modo distinto al nuestro. Ningún texto es enteramente original porque el lenguaje mismo, en su esencia, es ya una traducción, primero, del mundo no verbal y, después, porque cada frase es la traducción de otro signo y de otra frase, razonamiento que, en todo caso, puede invertirse sin perder validez: todos los textos son originales porque cada traducción es distinta; cada traducción es, en cierto modo, una invención y así constituye un texto único. En concordancia con lo anterior, la traducción tradicional y literal que Paz denomina “servil”, adolece de cierta ingenuidad y, según él, es a esa forma de entender la traducción a la que los descubrimientos de la antropología y la lingüística apuntan, mas no a la traducción como tal. Y, aunque la mencionada traducción literal o “palabra por palabra” pudiese ayudarnos a entender un texto escrito en lengua diversa, según Paz, no es auténticamente una traducción, sino una operación de diccionario, pues una traducción siempre será una operación de carácter literario y, en consecuencia, implicará siempre una transformación del original, la que siempre será literaria por el hecho de que la operación de traducción se sirve, sin excepción, de los dos modos de expresión  a que se reducen, según Roman Jakobson, todos los procedimientos literarios: la metonimia y la metáfora, lo que Paz explica señalando que el texto original nunca reaparece en la otra lengua, no obstante, está presente siempre porque la traducción, sin decirlo, lo menciona constantemente, o bien, lo convierte en un objeto verbal distinto, reproduciéndolo, es decir, están presentes ya sea la metonimia o la metáfora.

Pues bien, luego de esta contextualización de las nociones de Octavio Paz, diremos que, con respecto a la traducción de poesía, tópico que nos concierne, Paz se opone a aquellos que, como Georges Mounin, afirman la intraducibilidad de los significados connotativos y que, por tanto, dado que la poesía al estar hecha de ecos, reflejos y correspondencias entre el sonido y el sentido, es ella un tejido de connotaciones y, por tanto, intraducible. Paz refuta tal concepción basado en que, si bien puede y de hecho existen listas de palabras intraducibles – ejemplo de ello es el “tuétano intraducible de la lengua española”: Ávila, Málaga, Cáceres, entre otros, del poema de Unamuno- el contexto, la emoción y el sentido son traducibles desde que entre ellos existe una analogía que la traducción está en condiciones de revelar, porque el sentido y la emoción son los mismos en los diferentes idiomas y, aunque difícil, resulta imposible traducir poesía, siempre y cuando el traductor preserve y logre reproducir  los significados connotativos a través de  reproducir “la situación verbal, el contexto poético, en que se engastan”. Y, así como Paz considera que la literatura es una función especializada del lenguaje, la traducción es una función especializada de la literatura.

Según Paz, normalmente el poeta no será un buen traductor, pues el poeta casi siempre usa el poema ajeno como punto de partida para el poema propio, en cambio, el buen traductor, opera en sentido inverso: su punto de llegada es un poema análogo, ya que no idéntico, al poema original, no se aparta del poema, sino para seguirlo más de cerca. Y es que la operación de traducción es análoga a la creación poética, solo que se despliega en sentido contrario, pues, como enseña Paz, cada palabra encierra cierta pluralidad de significados virtuales; en el momento en que la palabra se asocia a otras para constituir una frase, uno de estos sentidos se actualiza y se vuelve predominante. Una de las características cardinales de la poesía es que, a diferencia del habla cotidiana y de la prosa, preserva y acentúa la pluralidad de sentidos. Para Paz, lo anterior es una “turbadora particularidad de la poesía”, esta suerte de inmovilidad e indeterminación de los significados corresponde a otra particularidad igualmente fascinante: la inmovilidad de los signos. La poesía transforma radicalmente el lenguaje y en dirección contraria a la de la prosa, en la cual, existiendo movilidad de los signos, existe sin embargo tendencia a fijar un solo significado; en la poesía, en cambio, según Paz, a la pluralidad de significados corresponde la fijeza de los signos. Por eso en poesía deja de ser exacta la frase de Charles Sanders Pierce en el sentido que el significado de una palabra es siempre otra palabra, pues apenas nos adentramos en el dominio de la poesía, las palabras pierden su movilidad e intercanjeabilidad y, aunque los sentidos del poema son múltiples y cambiantes, las palabras del mismo poema son únicas e insustituibles, cambiarlas sería destruir el poema: la poesía, sin cesar de ser lenguaje, es un más allá del lenguaje. Para Octavio Paz el poema es una combinación que construye un objeto verbal hecho de signos insustituibles e inamovibles. A diferencia del poeta, que parte del lenguaje en movimiento, el traductor de poesía parte del lenguaje fijo de un poema, “congelado y, no obstante, perfectamente vivo”.

Y es en base a lo recién expuesto que Octavio Paz sostiene, como se anunció, que la operación de traducción es inversa a la del poeta que crea su poema: el traductor no construye con signos móviles un texto inamovible, sino que desmonta los elementos de ese texto, pone de nuevo en circulación los signos y los devuelve al lenguaje. Así, la actuación del traductor se parece más bien a la del lector, del crítico, pues cada lectura es una traducción, dentro del mismo idioma; y la crítica es una versión libre del poema o, más exactamente, una trasposición. Para el crítico un poema es un punto de partida hacia otro texto, el suyo, mientras que el traductor, en otro lenguaje y con signos diferentes, debe componer un poema análogo al original. Paz, entonces, habla de “un segundo momento”, en el cual la actividad del traductor es paralela a la del poeta, pero con la siguiente diferencia capital: al escribir, el poeta no sabe cómo será su poema: al traducir, el traductor sabe que su traducción deberá reproducir el poema que tiene bajo los ojos. En sus dos momentos, la traducción es una operación paralela, aunque en sentido inverso a la creación poética. El poema traducido deberá reproducir el poema original que, como ya se ha dicho, no es tanto su copia como su transmutación.

El ideal de traducción poética, de acuerdo a estas líneas, según Paz –parafraseando en ello a Paul Valéry– consiste en producir con medios diferentes, efectos análogos. Existe una total interdependencia entre los procesos de creación, imitación, traducción y obra original. Los estilos son colectivos y pueden pasar de una lengua a otra; las obras son todas arraigadas a su suelo verbal, son únicas, pero nunca aisladas: cada una de ellas nace y vive en relación con otras obras de lenguas distintas y ni la pluralidad de las lenguas ni la singularidad de las obras significa heterogeneidad irreductible o confusión, sino todo lo contrario: un mundo de relaciones hecho de contradicciones y correspondencias, uniones y separaciones.

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