En Tiempos de Aletheia

Entrevista al poeta chileno Enrique Moro

Enrique Moro nació en Valparaíso, realizó estudios de cine en París y animación socio cultural en Alicante, España. A los 13 años escribe sus primeros versos. Participa como invitado en el Primer Simposium de Literatura Chilena en el Exilio, así como en la Feria del Libro de Frankfurt, en 1980. Crea, en 1996, el Centro Cultural de Valparaíso. Desde 1999 y hasta 2015 fue Asesor de Cultura de la Municipalidad de Valparaíso. Su obra poética se encuentra traducida al inglés, francés, sueco y alemán, y publicada en distintas antologías en distintos países. Ha publicado, entre otros libros de poesía, Marilyn (1973); Moro, poemas, Libro Objeto (1980); Bolsa, Poesía de cordel (1981); Diez poetas jóvenes chilenos, Alemania-España (1984); Amantina y otros poemas (1987); La piedra feliz y otros tangos (1984); Hay un Moro en la costa (2006); Poetas de la resistencia, edición bilingüe inglés-español (1973-1990); Poemas Últimos (2011) y De ceniza nuestra sábana, edición bilingüe francés-español (2014).

A continuación, se transcribe parte de una conversación con el reconocido poeta Enrique Moro, efectuada en marzo de 2020.

¿Cómo se presenta en tu poesía el elemento social?

Yo siempre intuí que el elemento social de la poesía sobreviviría cuando lo político contingente pasara; a mí siempre me interesó el hombre y no solamente el sujeto político. Mi generación vivió un cambio más bien social que político. Para los que no fuimos exiliados con el advenimiento del gobierno militar de Pinochet en 1973 y nos quedamos en Chile, experimentamos un profundo replanteamiento, que debimos hacer con respecto a nuestra propia poesía.

No todos se mantuvieron desarrollando una poesía panfletaria, que en el fondo era seguir con la campaña de alfabetización. Por otro lado, estaba la poesía militante, comprometida con el programa que había intentado desarrollar el gobierno de Salvador Allende, la que aparecía en la revista Zig-Zag y era difundida por la Editorial Nacional Quimantú, la que jugó desde su nacimiento, en 1971, un papel fundamental en la masificación de la información ideológica, social y cultural, ampliando el alcance de sus libros a distintos sectores sociales.

En mi caso, elaboré una poesía coloquial pero, en algún sentido, no lo es tanto, pues es fruto de que esa necesidad que tuvimos los poetas de nuestra generación de reinventar la poesía para lograr acceder a una comunidad cuyos lectores, en esa época, incluso podían ser perseguidos por el solo hecho de leer a poetas contrarios al Régimen militar. Y, en esa búsqueda de nuevas formas de llegar a la gente, se adoptaron nuevos medios, soportes o canales de expresión como el cine underground, la locución de radio o incluso el relato de carreras de caballos, por ejemplo. Había una gran solidaridad en aquella época entre los escritores, nosotros nos reuníamos en la Asociación de escritores jóvenes y, en paralelo, funcionaba la Sociedad de escritores.

El año 1973, con el derrocamiento del presidente Salvador Allende, ocurrió un quiebre social que lógicamente repercutió en el arte en general y en la estructura poética en particular. El poeta en Chile, durante esa época, tenía una impronta social muy importante, era tomada muy en cuenta su opinión; el grupo de poetas era guiado por Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Pablo de Rocka, Enrique Linh, y aparecían ya las figuras de la generación del 50, como Jorge Teillier y Juan Luis Martínez.

Como ejemplo de la fusión de la poesía con otros géneros y soportes, contamos con la figura, aún viva, de Eduardo Parra, compositor y tecladista del grupo de rock chileno Los Jaivas. Estos nuevos soportes –como, por ejemplo, poesía tipografiada en bolsas para el mercado– no se buscaban por simple opción, sino por necesidad, pues el poeta en esa época era una persona en permanente riesgo de muerte; por el solo hecho de ser poeta, era considerado peligroso y la poesía era considerada un arma contra el régimen militar, por ello, había que encubrir los medios en que se practicaba la poesía que, a falta de imprentas –pues se controlaba el uso y distribución del papel– debía ser generalmente oral, leída en teatros clandestinos y difundida principalmente, salvo contadas excepciones, oralmente.

¿Qué podrías decirnos acerca de tu gran conexión con la gente?

Lo que ocurre es que, como afirmé hace un momento, en esa época de gobierno militar no estaban dadas las condiciones normales para el encuentro entre poetas y lectores a través del medio más usual, que es el libro o el texto escrito, por ello, en mi caso, debí convertirme en un poeta de vodevil, de escenario. Y no se sabía, en ese contexto de condiciones tan precarias para el arte, si un nuevo encuentro se iba a repetir o no, por eso, había que aprovechar el momento, a veces no eran más de tres minutos, lo que explica que se prefería por los poetas usar versos que el lector pudiera recordar fácilmente, que le quedaran resonando en su cabeza.

Los contenidos de la poesía eran por lo general cuestionar profundamente la dictadura de Pinochet, pero, como además se buscaba llevar un mensaje esperanzador y también relajar a los espectadores, se empleaba mucho la ironía, la comparación, la caricatura, la aliteración, el humor, siempre con mucha imaginación. Se usaba, como en el caso de Mauricio Redolés, la canción, el cancionero popular, como referente poético. Era muy cierto lo que decía el poeta Gonzalo Rojas, que “la poesía estaba en el aire”, pues se respiraba, era como un happening, algo que pasaba, que se vivía.

¿Estuviste privado de libertad en aquella época?

Sí, estuve un año y medio en la cárcel de Alto Hospicio, en el norte de Chile, una cárcel para delincuentes comunes y no para presos políticos como era mi caso, de la cual pude ser liberado por intervención de la Organización de Estados Americanos, que envió a un representante. La dictadura no solo afectó la libertad en razón de nuestro pensamiento, sino que sesgó muchas cosas, por ejemplo, la oralidad, que conecta al individuo con la tribu, pues cuando se cuenta una historia y se transmite oralmente un relato, contribuye a la preservación de la memoria y de la identidad de una comunidad.

¿Por qué empezaste a escribir poesía?

Porque era lo más accesible, lo más económico para mí y porque tenía habilidad para el verso, aunque debo decir que era mejor para contar chistes e historias. Yo escribo acerca de lo que me ha llamado la atención, busco transmitírselo a la gente más sencilla, que necesita alegría y esperanza; la gente valora más eso en lugar de la poesía pretenciosa; valora lo simple, como hablar de una cuchara de té, y no lo alambicado. Hoy en día algunos poetas escriben tan sofisticadamente que se alejan de lo sencillo y terminan escribiendo para otros poetas, no para la gente. Si el poeta se olvida de la gente, luego es natural que la gente se olvide de los poetas.

Háblanos de tu último libro, De cenizas nuestra sábana.

El libro está escrito de una vez, sin interrupción, y representa la manera que yo encontré de dejar un testimonio del incendio que arrasó cuatro cerros, es decir, cuatro grandes sectores de la ciudad de Valparaíso el año 2014. Yo fui testigo de una dolorosa y terrible devastación, en este caso, por parte de la naturaleza. Me sentí como Dante Alighieri en ello y fue también para mí muy doloroso escribir ese libro, porque no podía sustraerme del dolor de la gente, miles de personas quedaron en la calle. Fue una tragedia, sin duda, pero nadie más escribió acerca de ella, nadie hizo de ella un testimonio histórico, de aquella realidad social que afectó a tanta gente, por eso creo que el libro debería trascender, se rescatan en él las cosas más sencillas, como las fotos familiares que perdió la gente, por ejemplo, de sus matrimonios. Los pobres son tratados allí como personas, como sujetos visibles que importan y no como estadísticas. En el libro las personas corrientes son los protagonistas, los pobres, de los que nunca se habla, los anónimos.

¿De qué manera tus estudios de cine en París y de animación socio-cultural en España, influyeron en tu desempeño como director del Museo Lord Cochrane en Valparaíso, donde tuviste una destacada labor?

En ese puesto me correspondió durante veinte años estar a cargo de diferentes museos y galerías de arte, y me tocó crear, junto a Alfredo Saint-Jean, la Dirección de Desarrollo Cultural, la estructura que le permitió obtener presupuesto estatal para poder financiarse y materializarse. Formé la oficina de patrimonio intangible, cuyo objetivo era la preservación de la memoria y la identidad del habitante de Valparaíso.

Y, ciertamente, mis estudios de cine en París y de animación sociocultural en España, fueron relevantes para desempeñar la referida labor; ejemplo de ello fue la creación de “La calle de los niños”, proyecto que permaneció vigente por largos años, en los cuales familias enteras podían disfrutar libre y gratuitamente de ciertas calles que permanecían cerradas a los automóviles y transporte público, idea que tomé de las Fiestas de Fallas en Valencia. Sin embargo, creo que lo más importante es tener conocimiento de las diferentes expresiones artísticas y organizaciones sociales en que se canalizan tales expresiones, para eso considero que fue relevante esa formación adquirida en el extranjero.

¿Cuál es, en tu opinión, el rol del poeta en la construcción de la memoria colectiva?

El poeta es depositario de esa memoria, es su deber artístico, el poeta debe devolver a la ciudad, al ciudadano, el conocimiento adquirido a través de su experiencia y, especialmente, de su particular visión de las cosas y del mundo en la construcción de una ética y una estética.

¿Algún poema de tu último libro De cenizas nuestra sábana?

…Valparaíso besa la llama que lo abraza/ desde las alturas el rojo viento/ el violento llamear/ sobre los techos y las casas/ arde este beso en la frente de los humildes/ arde y calcina este abrazo.

Vuela esa lengua roja/ del que muerde por la espalda/ del que vomita su bazofia/ del que mata a fuego lento.

He aquí este abrazo/ llamas que en llamas ardieron/ la vida de los más pobres/ de los que viven empinados en los cerros/ más cerca del infierno que de Dios…

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1 comentario en «Entrevista al poeta chileno Enrique Moro»

  1. Sr. Director:
    Faltó preguntarle a Arturo Vega (A.K Enrique Moro) por el desfalco financiero al Municipio de Valparaíso del que es responsable, y donde declaró como imputado, y quien según la querella interpuesta por del Consejo de Defensa del Estado, “se comprometía a efectuar labores de asesorías al equipo de comunicaciones y apoyo a proyectos culturales. Por dichos servicios se pagó la suma de $7.098.028, en circunstancias que dichas laborales jamás se efectuaron”. Esto sumado al robo de dineros del “1° Encuentro Nacional de Escritores” denunciado por SECH Valparaíso, y una serie de irregularidades donde no ha sido cómplice sino que artífice, convirtiéndolo en uno de los personajes más funestos de la cultura porteña… No creo que sea digno de homenaje un tipo que ha dañado profundamente la escaza escena literaria del puerto y que solo ha procurado su enriquecimiento personal a costa de llenarse la boca con una cultura que no tiene, ni tendrá.

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