En Tiempos de Aletheia

La cultura del ocio

“Cuanto más inculta una persona, más dinero necesita para los fines de semana”, Fernando Savater.

El fin de semana ya llegó y ya pasó. Tarda en llegar y se va como un suspiro. Es el pequeño espacio de tiempo que la sociedad moderna parece dar a sus ciudadanos de solaz asueto, descanso y ocio. Un momento que todos esperamos, pero que no todo el mundo aprovecha para lo mismo. Algo que también pasa con los meses, las estaciones, los cursos y los años… de los que siempre estamos esperando sus festivos, sus puentes o sus vacaciones.

En esos segmentos temporales de regalada y fingida independencia, hay gente que prefiere no hacer nada, otra aprovechará para hacer deporte o estudiar y leer, para ir de viaje, salir de fiesta, ir a misa o a centros comerciales, etcétera, etcétera, etcétera. Incluso habrá quien hará varias o muchas de estas cosas atropelladamente para sentir que ha aprovechado lo dado y rentabilizar así el escaso tiempo de libertad del que dispone. Tanto que todos llegan los lunes (o los septiembres) más cansados y faltos de energía que si hubieran estado empleados en jornadas intensivas para no ser asaltados por un cierto absurdo vital cuando acontezca el domingo por la tarde-noche antes de acostarse para comenzar la semana. Por no hablar de los depresivos y tristes fines de verano, en los que el vacío vital cae como caerán en breve las hojas del otoño.

No son todos los casos, claro. No a todos afecta igual el deseo y el impulso de colmar unas expectativas que no son más que velado autorrefuerzo. Pero sin llegar a esos extremos, de una manera u otra, todos queremos sentir y constatar que en dos días de supermercado, de gastos, de viajes, de turismos, de poner el coche a punto o de desfasar en una discoteca, los otros cinco días restantes han sido exorcizados de alguna manera. O, igualmente, que hemos rentado en treinta días de libranza continua los planes hechos durante los once meses restantes de duro laburar. Dicho de otra manera, todos queremos alejar la angustia por trabajar más tiempo que estar libre, ya sea valorando el descanso o la fruición de lo realizado. Todo, sin darnos cuenta de que, en realidad, no hacemos sino perpetuar el miedo a una libertad que nos echa en manos de una servidumbre voluntaria manifiesta tanto en la necesidad de estar ocupados en las jornadas regulares de trabajo como en la apremiante moda de colmar concupiscentemente de toda clase de cuantitativas actividades (o no haceres) nuestros escasos momentos de supuesta autonomía.

Y en este sentido, ya que finiquita el fin de semana de otro mes que nos aproxima cada vez más a ese excedente de tiempo que son las vacaciones, no sin cierta melancolía, resuenan en la memoria las palabras que el filósofo Fernando Savater dictó tiempo ha en México (Universidad Autónoma de Aguascalientes): “Cuanto más inculta es una persona, más dinero necesita para los fines de semana”.

Y no solo por lo que respecta a la justa apología que hacía de la cultura: coger un libro vs. salir a gastar. Especialmente porque, aunque todo el mundo siente cierto vértigo en la libertad, es esa misma capacidad de resistir la conciencia (de parar la rutina), la única que puede proporcionar cierta libertad e independencia. Una libertad que, en realidad, no es libertad total, sino independencia spinoziana; esto es, consciencia o sosiego de la fatalidad determinada. Mas, a la postre, la única libertad que hace cesar la inercia de la vida y la alienación de sus imperiosos resortes.

Algo que, como han visto todos los grandes pensadores, amén de las personas de a pie con cierta lucidez, siempre proporcionará más un buen paseo o un buen texto, y no una sala de fiestas, un coche caro que no movemos entre semana, o comprar la última televisión curva en unos grandes almacenes con restaurante incorporado. Todo lo cual servirá de breve por diez minutos, una hora, una tarde o unos días, pero que será, en el mejor de los casos, un mero y huero matador de tiempo, un desahogo pasajero y, en el peor, un opiáceo pueblerino para la angustia de la existencia.

“La persona que sabe leer, que se aficiona a la alegría de la lectura, tiene unos goces extraordinarios y, además, a muy poco precio. El mundo está lleno de diversiones caras. Cuanto más inculta es una persona, más dinero necesita para pasar los fines de semana porque, como no fabrica nada, no produce nada, todo lo tiene que comprar. Mientras que una persona con un cierto nivel de cultura, con la conversación, un libro o una música puede pasar el tiempo de una manera enriquecedora, la riqueza que nos dan los libros es una riqueza real más duradera y limpia que las que se tienen”.

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