En Tiempos de Aletheia

¿Es la adaptación sinónimo de bienestar?

Adaptación o sobreadaptación. La capacidad de adaptación en los niños. ¿La adaptación es sinónimo de bienestar?

Llevamos más de dos meses en estado de alarma sanitaria y muchos han sido los cambios a los cuales nos hemos tenido que adaptar por imposición legal.

Se tiene la idea generalizada de que los niños tienen mayor capacidad de adaptación, idea que posiblemente se apoya en la conocida plasticidad neuronal de los cerebros en crecimiento. A partir de esta abstracción, ampliamos su aplicación, tal vez ingenuamente, al medio social y al mundo de lo comportamental.

Piaget definió un modelo de inteligencia en que se la consideraba como un proceso de naturaleza biológica y en el que afirmaba que los organismos humanos compartían dos funciones fundamentales para su desarrollo: la organización y la adaptación. Aseguraba que los procesos psicológicos de los humanos se organizaban en sistemas coherentes y estructuras estables, preparadas para adaptarse a los estímulos cambiantes procedentes del entorno.

Para él, la adaptación implicaba ser capaz de mantener el estado de equilibrio del momento presente, o lograr definir uno nuevo si el anterior se viera afectado por un estímulo capaz de generar un cambio que, a su vez, produjera una pérdida de homeostasis, y que como consecuencia movilizará los recursos que cada persona tuviese.

La adaptación es un proceso que comienza con el contacto con un concepto, entiéndase en su significado más amplio que incluiría lo que es un estímulo, una situación novedosa o una experiencia que haya proporcionado información al sujeto. A continuación, se produce la asimilación de dicha información, que consiste en el proceso de encajamiento de esta información con los conocimientos que ya están cristalizados en el cerebro. Durante este proceso se comprueban las formas de afrontamiento e integración de la información que nos haya llegado y el modo en que dicha información pueda acoplarse a las estructuras estables de nuestro pensamiento y también de nuestras emociones.

Una vez integrada la nueva información, llegaremos a la fase de acomodación, en la que se producirá una modificación de dichas estructuras para que resulten funcionales ante el nuevo estado o situación, y que acaben convirtiéndose en las nuevas estructuras cognitivas donde se apoyarán los futuros conocimientos. Cuando el sujeto se encuentra con capacidad de aplicarlos, consideraremos que se ha llegado a un nuevo equilibrio y que, por lo tanto, se ha adaptado.

Hasta ese punto, toda esta teoría es correcta y funcional. Pero ¿acaso la situación de confinamiento está logrando en nuestros niños estos cambios de manera sana y podemos considerar realmente que se han adaptado? ¿Estamos considerando que se han adaptado niños que pasan muchas horas al día frente a pantallas, tanto para realizar sus tareas como para comunicarse? ¿Es adaptación el que niños y niñas afirmen estar a gusto en casa y que no deseen salir? Ahí, lo dejo…

Los psicólogos que hemos tratado o trabajado con niños, también manejamos el concepto de sobreadaptación como un síntoma de sufrimiento emocional en la infancia. La sobreadaptación se muestra como un comportamiento cuasi de adultos y que, en principio, no es esperable en la niñez. Se muestran hiperresponsables, obedientes, prácticamente sumisos, y mostrando continuamente conductas de deseabilidad social. Este tipo de conductas que se refuerzan inconscientemente con expresiones como: “¡Qué bien veo al niño!”, “¡no da nada de guerra!”, “¡se porta muy bien y no molesta para nada”, o ya lo peor, cuando un profesional afirma que “es un niño que se ha adaptado estupendamente a la nueva situación”, suponen realmente un elevado coste emocional para el menor.

Para llegar a mostrar ese comportamiento, los niños han reprimido sus sentimientos o han aprendido a silenciarlos para no molestar, no dañar a otros, generalmente adultos, y sobre todo, para sentirse amados. El niño sobre-adaptado se exige mucho y su vida gira en torno a los sentimientos de los otros, convirtiéndose en dependiente de las opiniones de los demás para dirigir su vida o sus actos.

La forma de evitar que nuestros hijos comiencen a reprimir sus sentimientos o incluso se aíslen, con la intención de no cargarnos con más problemas, comienza por dedicarles tiempo. En esa dedicación de tiempo, ellos deben sentir que disfrutamos de su presencia y de su compañía.

Somos los adultos, los que nos debemos poner a su altura y aprender a compartir con ellos sus juegos, sus inquietudes y sus anhelos. Ante cualquier expresión de miedo, por parte de nuestros pequeños, no intentemos anularla con expresiones del estilo: “No te preocupes, eso es una tontería”. Con ese lenguaje lo que realmente se transmite es que no es racional ni importante lo que los niños dicen o sienten. Démosles una explicación que puedan entender, de forma que asimilen que entendemos que tengan miedo a cierta cosa, pero que les podemos mostrar la forma de superarlo.

En la gestión de esta alarma sanitaria por pandemia, desde el punto de vista psicológico, y tras analizar muchos de los mensajes que se han ido lanzando a la sociedad, también tengo la impresión que se nos pretende sobreadaptar como grupo. Cuando se nos exige una obediencia absoluta a normas contradictorias por la falta de acuerdo entre los expertos que las definen y no se responde claramente a las preguntas que legítimamente se lanzan, gran parte de la sociedad, posiblemente de naturaleza insegura y acomodada, se mantiene sumisa y pasiva soportando las circunstancias tal y como vienen.

Existe un grupo de ciudadanos que comienza a rebelarse sin esgrimir, en muchas ocasiones, argumentos racionales o equilibrados, y que, por lo tanto, presentan un comportamiento disfuncional.

En tercer lugar, se encontraría otro grupo, con espíritu crítico, habituados a controlar su mundo y tomar sus decisiones, los cuales, estando predispuestos y preparados para la adaptación, no logran encontrarse cómodos en este proceso de cambio social por la forma en que se les impone.

¿Dónde está la homeostasis que Piaget consideraba sinónimo de adaptación y evolución de la inteligencia? ¿Dónde se sitúa la pedagogía social? Creo que esta sociedad todavía la busca y no debe cesar en su búsqueda porque solo un equilibrio estable permite avanzar tanto a los individuos como a los grupos sociales.

Pero en este avance hacia un nuevo estado de bienestar, no descuidemos la atención infantil, no esperemos a diagnosticar somatizaciones “inexplicables” para tomar conciencia, que tal vez tengamos frente a nosotros, profesionales de la salud, un diagnóstico de sobre-adaptación tanto en el plano individual como en el plano social.

Adaptación, asimilación y acomodación: Sí.

Sobre-adaptación: NO.

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